2018/04/04

La leyenda negra española - (3-9) - La expulsion de judios y moriscos

3- La expulsión de los judíos y moriscos.

Continuando con el estudio de la leyenda negra española, presento un nuevo argumento de los utilizados para tejer la imagen negativa de España. Todo su entramado se basa en la exageración de circunstancias, que en realidad fueron la norma general en la época en que se produjeron, pero que sacados de su contexto histórico y temporal se presentan como muestra del carácter cruel y bárbaro de los españoles.



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3.1.- La expulsión de los judíos

Los judíos estuvieron presentes en la Hispania romana con una población significativa desde el siglo I. Bajo el dominio visigodo, en el siglo VI, a continuación de la conversión al cristianismo del rey Recaredo, tuvieron lugar las primeras persecuciones contra los judíos, comenzando entonces a agruparse en barrios que más tarde serían llamados aljamas o juderías.

En Al-Ándalus disfrutaron de gran desarrollo en la época del emirato, ocupando altos cargos en la administración y en la vida cultural y científica de la época. Esta pacífica coexistencia terminó hacia el año 1.000 cuando fueron duramente perseguidos sufriendo varios pogromos, tanto por parte de los musulmanes como por los muladís o hispano-romanos conversos al Islam. La época de la dominación almorávide y especialmente la almohade fueron significativamente duras contra los judíos andalusís que se vieron obligados a emigrar a los reinos cristianos del norte.

Expulsión de los judíos de Sevilla

La convivencia de las tres religiones monoteístas en los reinos cristianos de la península nunca fue en términos de igualdad. Los judíos y mudéjares debían pagar más impuestos, siendo marginados y despreciados por la población cristiana. Esa difícil convivencia se alteró ya en el siglo XIII después del IV Concilio de Letrán celebrado en 1215, donde se endurece el sentimiento anti judío, manifestando que su presencia recordaba que descendían de aquellos que habían crucificado a Jesucristo. Las calamidades que ocurrieron en el siglo XIV, con períodos de hambre, malas cosechas y la Peste Negra, fueron predicadas por los frailes como una maldición del Señor por los pecados cometidos. Es en este ambiente trágico cuando toma cuerpo el anti judaísmo identificándolo como causa de los males, surgiendo los primero pogromos importantes con quema de judíos, que se repitieron en distintos momentos a lo largo de todo el siglo. Fue ya en 1412 cuando se exigió que los judíos se dejaran barba y llevaran un distintivo rojo para ser identificados. Se inició una campaña de evangelización para forzar conversiones, de forma que el número de judíos se redujo drásticamente, bien por bautismo o por emigración a otros reinos europeos.

La expulsión de los judíos de España fue decretada en 1492 por los Reyes Católicos mediante el Edicto de Granada. La finalidad de esta controvertida decisión parece motivada por dar uniformidad al reino, buscando la homogeneización social en torno a la fe católica. Los términos de la expulsión fueron muy duros. Aquellos que no se bautizaban debían abandonar el reino en el plazo de cuatro meses, por lo que debieron malvender sus propiedades. Tampoco podían sacar oro del país, debiendo transferir su dinero a través de letras de cambio, siendo presa de abusos de todo tipo dada la gravedad y urgencia de la situación. Como puede suponerse, fueron objeto de otras muchas extorsiones en los viajes, terminando en algunos casos con su robo y asesinato en los propios barcos que contrataron para su salida. Se calcula que el número de judíos que vivían en España en el momento de la expulsión era de unos 200.000. Después de las conversiones forzadas para evitar la expulsión, el número de los que tuvieron que salir de España puede estar en el torno de los 100.000.

Los judíos expulsados en 1492 llegaron en un número significativo a las ciudades italianas de Florencia, Roma o Nápoles, especialmente los procedentes del Reino de Aragón, con lo que se llegó a confundir "marrano" con español. Se denominaba "marrano" al judío converso que ocultamente continuaba practicando su religión. La mayoría sin embargo se refugiaron en un primer momento el norte de África y Portugal, los lugares más próximos a España, con la esperanza de poder retornar nuevamente si el decreto de expulsión fuera revocado, cosa que no ocurrió. Los que se refugiaron en Portugal tuvieron que abandonar este reino en 1494, año en que también se decretó su expulsión, trasladándose entonces a las ciudades europeas de Londres, París, diversas ciudades flamencas y Hamburgo. Los refugiados en Berbería, norte de África, no fueron bien recibidos, por lo que pronto se desplazaron hacia el imperio otomano, estableciéndose en Egipto, Oriente Medio, Grecia y Estambul.

Destino de los judíos españoles expulsados o sefarditas

Hay que significar que la expulsión de los judíos de España no fue un hecho aislado, ya que previamente habían sido expulsados de la mayoría de los reinos europeos. El reino de Inglaterra lo hizo en 1290, el reino de Francia en 1394 y el de Baviera en 1442. A lo largo del todo el siglo XV fueron expulsados de ciudades-estados como Viena, Linz, Colonia, Augsburgo, Perugia, Parma, Milán, Sicilia, Florencia y Provenza, solo por citar las más significativas. La finalidad de estas expulsiones se justificaba para lograr la unidad de religión y consiguientemente una mayor cohesión social. También era tradición que los súbditos debían profesar la misma religión que su rey. Ejemplos no faltan, solo recordemos que ya cuando el rey visigodo Recaredo se convirtió al catolicismo abandonando el arrianismo automáticamente todo su pueblo lo hizo con él. Más recientemente, cuando Enrique VIII de Inglaterra se separó de la disciplina romana y creó la iglesia anglicana todos sus súbditos tuvieron que aceptar la nueva religión, sufriendo los católicos crueles persecuciones.

Como queda expuesto, la expulsión de los judíos no fue un hecho aislado en Europa, sino la tónica general. La estigmatización de España por este acontecimiento solo se explica como un componente más de la leyenda negra tramada en los Países Bajos, junto con la colonización americana y la Inquisición. Los judíos expulsados, muchos de ellos instalados en Holanda, fueron otra fuente de propaganda negativa para España. Allí donde residían y ocupaban una posición relevante no perdían oportunidad para desprestigiar nuestro país.

Los judíos expulsados conservaron sus nombres hispanos que han subsistido hasta nuestros días. En lenguaje bíblico se denomina Sefarad a la península ibérica, por lo que los judíos expulsados de España fueron denominados sefardíes. Algunas familias sefardíes conservaron las llaves de sus casas abandonadas, con la esperanza de un retorno que nunca llegó, que fueron transmitiendo de generación en generación hasta el presente. Conservaron un idioma basado en el castellano medieval o judeoespañol que, si bien ha evolucionado como toda lengua viva, sigue conservando su esencia original. También se conoce como ladino a la lengua religiosa de los sefardíes, que es el lenguaje de los textos bíblico escrito con caracteres latinos. Actualmente existen comunidades sefardíes en Israel, donde cuentan con un partido político importante. La cultura sefardí es mantenida por diferentes organizaciones, tanto en España como en otros países.

Los judíos conversos que permanecieron en España fueron objeto prioritario de persecución por la Inquisición, en especial en la primera mitad del siglo XVI. Eran judaizantes los que practicaban en secreto su religión y tradiciones aun cuando exteriormente se comportaban como cristianos. Este tema lo trataré con mayor detalle en el artículo dedicado a la Inquisición.

3.2.- La expulsión de los moriscos


Con el mismo objetivo de homogeneización de la población podría situarse la expulsión de los moriscos, si bien en este caso contaba también una cuestión de seguridad nacional que podría justificarla. Se conoce como moriscos a los musulmanes de Al-Ándalus convertidos al cristianismo obligatoriamente, ordenado por la pragmática de los Reyes Católico de 1502. Los musulmanes que vivían en los reinos cristianos con anterioridad a la toma de Granada eran conocidos como mudéjares en el reino de Castilla y sarracenos en la corona de Aragón. Se calcula que la población morisca en el siglo XVI ascendía a unas 350.000 personas.
Expulsión de los moriscos - Puerto de Valencia

La población mudéjar estaba asentada mayoritariamente en el reino de Valencia, Murcia, Aragón, Extremadura y Castilla la Mancha. Los mudéjares de Castilla y Aragón estaban muy asimilados a la sociedad cristiana, con matrimonios entre ambas comunidades, conviviendo con relativa normalidad. Los mudéjares residentes en el reino de Valencia eran bastante más numerosos, conservando mucho más marcados sus rasgos musulmanes que se manifestaban en la práctica del Islam, la vestimenta, costumbres, e incluso el idioma.

Terminada la Reconquista con la caída del reino de Granada en 1492, los nuevos súbditos musulmanes podían mantener su lengua, religión y costumbres según los términos de la capitulación acordados con el rey Boabdil. Se comenzó entonces una evangelización para conseguir su conversión voluntaria. En 1500 se produjo una rebelión, conocida como levantamiento de Albaicín, como consecuencia del incumplimiento por parte de los cristianos de los términos acordados en la capitulación de Granada, que fue duramente reprimida por los Reyes Católicos. A la vista de los escasos resultados de la evangelización y del levantamiento de los granadinos, en 1502 se ordenó su conversión forzosa al cristianismo o la expulsión del reino. La mayoría optaron por la conversión, al menos formalmente.

Destino de los moriscos expulsados de España

La amenaza que suponían los turcos y sus aliados los piratas berberiscos del norte de África , con la posible colaboración de los moriscos españoles, aconsejaron a Felipe II tomar medidas para prevenir un grave peligro para las costas españolas. Se ordenó el desarme de los moriscos además de prohibir su lengua, así como la vestimenta y ceremonias musulmanas en un intento más por forzar su integración. Como reacción a esta política, que juzgaron represiva, en 1568 se produjo una gran sublevación que dio lugar a la conocida como la Guerra de las Alpujarras, extremadamente violenta. En ese momento la tensión con los turcos otomanos en el Mediterráneo era máxima, tensión que desembocaría en 1571 en la trascendental Batalla de Lepanto. Felipe II reprimió duramente la rebelión de las Alpujarras, ordenando al mismo tiempo la deportación de una parte significativa de la población. Los moriscos deportados del reino de Granada en 1570 estaban poco integrados en la sociedad cristiana conservando todas sus señas de identidad musulmanas.

Las comunidades mudéjares de los reinos hispanos vivían bastante integradas con la población cristiana en el aspecto económico, pero más o menos diferenciadas en sus costumbres, vestimenta y lengua dependiendo de la zona de residencia según ya he expuesto. Vivían agrupados en barrios llamados aljamas o morerías claramente diferenciados de los cristianos, incluso practicando de forma más o menos explícita la religión musulmana a pesar de estar bautizados.

Los moriscos del reino de Granada y los deportados de este reino, tenían muy enraizadas la religión islámica y la cultura musulmana, incluso el idioma, por lo que la integración se manifestaba más difícil. Como medida para reprimir futuras revueltas y facilitar su integración fueron deportados en gran número a Andalucía occidental, Extremadura y Castilla la Mancha, quedando en algunos casos bajo el control de la Orden de Santiago en régimen de encomiendas.

Decreto de expulsión de los moriscos

Los moriscos conversos fueron objeto de persecución por la inquisición, en especial en la segunda mitad del siglo XVI. Por otra parte, la presión que ejercía el imperio otomano y el peligro de una ayuda interna que propiciara la invasión de España por los turcos, contando ya con el antecedente de la rebelión morisca de 1578, fueron los elementos esenciales para decretar su expulsión. El Duque de Lerma, valido de Felipe III, ante el peligro de un levantamiento general propiciado por los moriscos con el apoyo del rey de Francia, en la guerra que entonces nos enfrentaba, contando con evidencia de estos contactos, y la siempre presente amenaza turca, impulsó la medida de la expulsión que fue decretada por el rey en 1609.

En el momento de la deportación se estima que la población morisca ascendía a unas 300.000 personas. Los expulsados fueron conducidos a Marruecos, desde donde luego se extendieron a Argelia, Túnez, Oriente Medio, Mali e incluso algunos recalaron en ciudades italianas. Los moriscos españoles deportados siguieron agrupándose en barrios en sus lugares de destino, donde eran conocidos como andalusís, integrándose rápidamente en sus nuevas comunidades dada su afinidad cultural y religiosa. Los efectos económicos de la expulsión fueron negativos para España, ya que se trataba de artesanos cualificados que vivían en las ciudades, o agricultores que dejaron improductivas muchas comarcas del reino.

Rendición de Granada a los Reyes Católicos

3.3.- Consecuencias de las expulsiones


Se ha debatido mucho acerca del efecto negativo que estas expulsiones tuvieron en la economía, llegando incluso a decirse que fue la causa de la decadencia española iniciada en el siglo XVII. La expulsión de los judíos, en un número que se estima de 100.000 personas sobre una población de unos 5.000.000, es una cifra poco significativa. El efecto real fue proporcionalmente mayor debido a la cualificación de los expulsados, en muchas ocasiones profesionales de la medicina u otras artes que privaron a la corana de un capital humano importante aunque no determinante. La expulsión de los moriscos, estimada en 300.000 personas sobre una población de unos 8.000.000 de habitantes en aquel momento, siendo importante, tampoco puede calificarse de determinante. Afectó sobre todo a una población de artesanos y agricultores, por lo que extensas zonas de la corona de Aragón quedaron incultas o redujeron sustancialmente la producción. En resumen, puede decirse que la incidencia global de las expulsiones de judíos y moriscos, siendo importantes, no justifican una influencia significativa en la economía española del momento, ni explican la decadencia del imperio que debe ser buscada en otras causas.

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