La Educación (progre) del siglo XXI
Yo estudié el bachillerato en los años sesenta y la universidad en los setenta. Por inquietud personal, la mayoría de las veces, y otras por necesidad profesional, no he dejado de estudiar en ningún momento de mi vida. He realizado cursos de formación complementaria, especialización, actualización profesional, lenguas extranjeras, y otros temas de interés personal más específicos. No tengo nietos que me sirvan de referencia para poder comparar mi experiencia formativa con la educación actual. Mis conclusiones sobre las carencias y errores en la educación de las últimas décadas se basan en el resultado social que percibo en mi entorno, y que cualquier observador con espíritu analítico puede apreciar sin mucho esfuerzo.
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Los niños de hoy son los adultos del mañana. Todas las especies animales protegen a sus cachorros, indefensos frente a los peligros que les acechan, guiados por el instinto de supervivencia y de perpetuación de la especie. Pero en todas las especies también se prepara al cachorro para sobrevivir en su edad adulta, donde incluso el juego está orientado a desarrollar sus capacidades físicas, participando desde edad muy temprana en la caza y demás estrategias de supervivencia. En los seres humanos la niñez es más larga y el proceso de aprendizaje también más dilatado y complejo. Lo que no cambian son los objetivos de la educación, que no son otros que preparar a los niños y jóvenes para la vida de adultos que aseguren su supervivencia.
La educación descansa sobre dos pilares fundamentales que son la familia y la escuela, complementados e influidos por la sociedad en su conjunto. Los papeles de ambas fuentes educativas deberían estar claramente diferenciados y ser complementarios. La familia asumiría la trasmisión de los valores éticos, morales y espirituales, además de los afectivos. A la escuela le correspondería la enseñanza de los conocimientos en las distintas materias que les faculten para comprender la sociedad en la que van a vivir, dotándolos de las herramientas técnicas que les permitan ser autosuficientes y encontrar el lugar que les corresponde en el cuerpo social. Es también en la escuela donde se deberían de aprender ciertos valores esenciales, como la disciplina, la autoridad, el trabajo responsable y el espíritu de superación, que prepararan a los jóvenes para su vida laboral y social futura. Por otra parte, la sociedad en la que se desenvuelve el niño o joven también influye de forma decisiva en su formación, a través de los medios de comunicación, además de todo el entramado legal y administrativo. Esas pautas sociales, asumidas por los medios de comunicación como políticamente correctas, y consiguientemente por la sociedad en su conjunto, trasmiten unas pautas de comportamiento éticos y morales, que son aceptados como modelo por los jóvenes, especialmente permeables, a través de los modernos medios de comunicación.
En las sociedades occidentales la familia es hiperprotectora, ofreciendo a los niños todos los caprichos que la sociedad de consumo pone a su disposición, y protegiéndolos de cualquier reprimenda que pudiera merecer su comportamiento incívico por parte de maestros o simples ciudadanos. Esta actitud complaciente imprime en las mentes infantiles el simplista mensaje de que es suficiente con pedir para obtener aquello que se desea, asumiendo implícitamente que todo en la vida se va a comportar de igual modo. Cuando luego, avanzando en edad, la familia ya no puede complacer sus crecientes necesidades, asumen la idea de que es el Estado quien debe satisfacer sus carencias. Esta actitud pedigüeña, estimulada por ciertas tendencias políticas populistas, es asumida como un derecho, y todo ello de forma graciable como un maná divino, sin contrapartida, como si la riqueza se produjera por generación espontanea. La familia hace dejación de su responsabilidad de trasmitir los valores que hacen fuerte a una sociedad, como son la honradez, el espíritu de sacrificio y superación, la libre iniciativa, el ahorro, la disciplina, la solidaridad…, dejándolo en las manos de la escuela. Esa actitud irresponsable es consecuencia del materialismo que se ha ido imponiendo en la sociedad y de la dejación del deber formativo de los progenitores, que prefieren ignorarlo para no crear conflictos generacionales con sus hijos. Los padres seguramente no tuvieron tantas facilidades para abrirse camino en la vida, y en su subconsciente creen que liberando a sus hijos de las carencias que ellos tuvieron consiguen prepararlos mejor para el futuro. La realidad es que los dejan indefensos, carentes de unos valores que son los que de verdad generan una personalidad fuerte para enfrenarse a la vida.
La escuela debería ser el ámbito, fuera de la familia, que hiciera la transición entre el entorno afectivo y protector de la familia, y el más duro e impersonal de la vida laboral. Para ello, la trasmisión de conocimientos, que deben servir para enfrentarse a la vida o preparar a los jóvenes para otras metas más elevadas, constituyen el primer enfrentamiento de los niños con la responsabilidad de hacer algo en contra de su tendencia natural que es el juego y la diversión. El estudio no debe ser un tormento, pero tampoco tiene que ser necesariamente un juego. Tanto o más importante que los conocimientos que se adquieren, son la disciplina en el estudio y la responsabilidad en las tareas escolares los que deben ir modelando la personalidad del niño. Es en este entorno donde deben desarrollarse, entre otros, el autocontrol, la disciplina, el trabajo en equipo, la creatividad constructiva y el espíritu de superación, lo que en definitiva los va a preparar progresivamente para su vida laboral futura.
En este pilar fundamental de la educación que es la escuela, es donde surgen problemas de gran trascendencia. En primer lugar, el elemento esencial de la escuela es la calidad de los maestros y profesores, y lo que es más importante, su personalidad. El maestro debería ser una figura admirada y respetada por los alumnos, un modelo a seguir, equivalente a la figura del padre o de la madre en el hogar, tanto por sus conocimientos como por su personalidad. Solo una persona madura, culta y equilibrada, es capaz de ser un modelo, y por consiguiente trasmitir curiosidad e interés por la materia que enseña, así como estimular el espíritu analítico de los alumnos ante cualquier hecho o actitud ante la vida. Lamentablemente esto solo es la excepción a la regla. El sistema de acceso a la enseñanza es mediante un procedimiento de oposición, esencialmente memorístico, ignorando las condiciones intelectuales, psicológicas y motivacionales como criterios de selección. Una vez incorporado el maestro al sistema educativo ya no vuelve a ser evaluado, teniendo un trabajo de por vida y recibiendo la misma retribución sea cual sea su rendimiento. Como resultado de las evidentes carencias en los enseñantes, no nos pueden extrañar los casos de rebeldía de los alumnos frente a sus maestros, con insultos, agresiones, burlas y demás vejaciones, que se han convertido en moneda corriente en las escuelas hoy en día.
A la vista de los modos de comportamiento de la sociedad actual, podemos deducir que la educación trasmitida peca de graves deficiencias. Los partidos políticos han intervenido en su orientación ideológica, manipulándola descaradamente para sus intereses electorales. Y lo que es más preocupante, la influencia de los medios de comunicación masiva del siglo XXI, tanto de la tradicional televisión como de las más modernas redes sociales, medios claramente manipulados con finalidad política, hacen pensar en un futuro lleno de sombras para la sociedad.
La política, a través de los planes y sistemas de enseñanza, juega un papel fundamental en el aparente fracaso educativo, generalizando la mediocridad y desincentivando el espíritu de superación. Si para pasar de curso no se precisa aprobar todas las asignaturas, y todo ello a pesar del bajo nivel exigido, para qué molestarse en estudiar. Si para que no se traumaticen los niños no se les puede suspender, para qué estudiar. Si se admira más al rebelde que al disciplinado, para qué estudiar. Si los ejemplos de triunfadores son cantantes, futbolistas, actores, tertulianos amorales, que denotan un alto nivel de ignorancia con altas dosis de cinismo y desparpajo, para qué estudiar.
La política educativa, en su justo objetivo de ofrecer igualdad de oportunidades, ha confundido ese derecho incuestionable con la igualdad en el resultado. El resultado del sistema educativo en vigor es que impera la ley del mínimo esfuerzo, con lo que se consigue igualar a todos los alumnos por abajo, en lugar de estimular y premiar la excedencia. Se olvida que para que una sociedad progrese es necesario que los más cualificados se superen, ya que son ellos los que investigarán, crearán empresas y en definitiva generarán una riqueza necesaria para que a través del sistema impositivo y de los puestos de trabajo creados, también los menos dotados se beneficien. No se puede repartir una riqueza que previamente no se haya creado y alguien tiene que ser el impulsor en la creación de esa riqueza.
La igualdad de oportunidades debe ser defendida para que nadie que esté capacitado se quede marginado por falta de medios materiales. Es una política necesaria para que la propia sociedad progrese. Es ahí donde deberían concentrarse los esfuerzos y no en despilfarrar recursos con los que deliberadamente se niegan a integrarse en el sistema y desaprovechan lo que la sociedad pone a su disposición para prepararlos para la vida. Los causantes del fracaso del sistema lo atribuyen a la insuficiencia de medios, sin darse cuenta que aumentando el número de mediocres no se eleva la media del sistema. El aumento retributivo de un mediocre no lo convierte en más inteligente. No por lujosas aulas, libros desechables multicolores, dotadísimos gimnasios y otros despilfarros semejantes se va a elevar el nivel de conocimientos, que solo depende del interés de los alumnos y de la capacidad comunicadora de los maestros. Aquellos que estudiamos en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado sabemos que no disponíamos ni de la décima parte de medios que ahora hay disponibles en cualquiera de las escuelas públicas y, sin embargo, los que quisimos estudiar y superarnos lo conseguimos con grandes dosis de esfuerzo personal.
Hoy en día está en boga la creencia de que los niños tienen que disfrutar con el estudio, ya que lo contrario podría suponer un trauma para ellos. Consiguientemente se descarta todo aquello que requiera un cierto esfuerzo y sacrificio, como impropio en un modelo de sociedad en la que impera el abiertamente el espíritu hedonista, entendido éste como la tendencia a la búsqueda del placer y el bienestar en todos los ámbitos de la vida. Las aspiraciones de los jóvenes de hoy en día, en consonancia con la filosofía de vida imperante, son vivir de aquello que les gusta y les divierte, como si todo en la vida fuera un juego: aspiran a ser actores, cantantes, fotógrafos, pintores, bailarines, escritores… en definitiva actividades creativas, que en su ignorancia creen que están a su alcance. La realidad es que solo aquellos que tengan cualidades innatas, y el espíritu de sacrificio necesario para madurar y trabajar con disciplina en cada una de esas actividades, podrán vivir profesionalmente de ellas. La inmensa mayoría de los jóvenes hace unos estudios universitarios para los que no tienen cualidades personales o intelectuales, orientándose además hacia aquellas titulaciones que requieren un menor esfuerzo, ignorando conscientemente que el mercado laboral específico para esos estudios es muy escaso.
El tránsito del ámbito universitario al mundo laboral es necesariamente traumático, ya que, terminada la etapa educativa, al enfrentarse los nuevos titulados a la vida laboral se dan de bruces con la cruda realidad, comprobando que los estudios realizados no se corresponden con los demandados por el mercado laboral. Como resultado del fracaso del sistema educativo nos encontramos con millones de jóvenes, y creo no exagerar, con su título universitario devaluado por los pobres conocimientos adquiridos, desmotivados, fracasados y frustrados, en las colas del paro o realizando trabajos que no requerirían más que una simple educación básica; y lo que es peor, sin una disciplina personal que les permitiera reciclarse y reiniciar su vida laboral sobre otras bases.
Esa masa de descontentos y fracasados son canalizados por oportunistas políticos, que asumen sus fracasos como una causa general contra el sistema económico capitalista, culpando de su fracaso individual, no a la inmadurez de los individuos y a las deficiencias del sistema educativo, sino a la sociedad en su conjunto, que califican de injusta y responsable de todos sus males. Siempre es más rentable, políticamente hablando, culpar a terceros de los males propios y responsabilizar al que triunfa del fracaso de la mayoría, especialmente porque al ser mayor su número, se traduce en mayor número de votantes adeptos. Esta situación es explotada políticamente por los populistas que se definen como progresistas de izquierdas, que encuentran en esa masa de votantes un extraordinario caladero, ya que siguen ciegamente a quien contente sus oídos, para así acallar su propia conciencia.
Lamentablemente nadie aborda el clamoroso fracaso del sistema educativo, cuyos problemas reales quedan ocultos por ir en contra de lo aceptado como políticamente correcto, recurriendo al fácil y socorrido argumento de que la causa es la falta de recursos. Cualquier elucubración mental es aceptada antes que asumir que lo que hay es una mala orientación, cuya solución pasa por una mayor exigencia de esfuerzo personal, una orientación psicotécnica profesional antes del inicio de la universidad, una mayor calidad de los maestros, el apoyo a la excelencia y la potenciación de aquellas ramas formativas que se ajustan a la demanda del mercado laboral. Solo este enfoque realista, basado en valores de disciplina y esfuerzo personal, alejados del espíritu hedonista como fin último, aportaría a una posible solución al fracaso de la enseñanza y, a medio plazo, de todo el cuerpo social.
La sociedad en su conjunto, y la educación en particular, están impregnadas por una corriente social que se ha dado en denominar progre (progresista). La idoneidad del término es más que cuestionable a la vista de los resultados. Su razón de ser primigenio puede encontrarse en la reacción contra una sociedad y un sistema educativo muy estrictos que estuvieron en vigor en Europa hasta el final de los años cincuenta. Los movimientos estudiantiles de los años 60, el movimiento hippy, el anti belicismo, la lucha contra la segregación racial, los derechos y la liberación de la mujer, la opresión de la moral católica, entre otros, fueron los detonantes de un deseo de cambio por parte de la juventud. Este cambio de mentalidad fue trasladado al sistema educativo, donde a través de sus contenidos se ha creado una nueva sociedad impregnada por el multiculturalismo, la victimización de las minorías, la igualación de resultados, la acción sobre el lenguaje y otros mecanismos para atacar el espíritu liberal y conservador. Dinesh D’Souza en su obra Illiberal Education hace un interesante análisis de la influencia ideológica sobre el sistema educativo norteamericano, pero sus conclusiones son parcialmente aplicables a Europa. Ese cambio, en principio necesario, debido a sus excesos nos ha llevado al extremo opuesto, por lo que requiere una nueva y urgente reflexión y corrección de rumbo en beneficio de los individuos y de la sociedad en su conjunto.
La sociedad progre que eclosionó en los años 60 tuvo sus raíces un par de décadas antes. El cine, gran medio de difusión cultural y de ocio de esa época, impactó en la sociedad de forma subliminal o más o menos explícita. Influyó en la infancia desde los primeros años de su vida creando pautas de comportamiento o actitudes a través de la difusión de un mundo de fantasía ideal donde todo el mundo es bueno, y donde hasta las fieras más crueles se han humanizado y convertido en simpáticos seres amistosos. Cómo no sentir simpatía por el oso Yogi, el ratón Mickey, el león Simba, el pato Donald, el cervatillo Bambi o el elefante Dumbo, obviando que se trata de fieras peligrosas o animales potencialmente dañinos para el ser humano. En una palabra, el universo animal fue humanizado y presentado con simpatía, perdiendo para los niños lo que de salvaje y peligroso pudieran tener. Hago hincapié en este aspecto porque lo considero un claro ejemplo de cómo se ha manipulado la realidad para generar una percepción ficticia en el subconsciente de las nuevas generaciones. Se crean modelos buenistas, donde se asume que todo el mundo es bueno y todos debemos ser generosos, pero la realidad es que al mismo tiempo han surgido generaciones tremendamente materialistas y egoístas, que han asumido que tienen derecho a que les den todo resuelto, por lo que su generosidad se basa en la aportación de los “otros”, o como dicen los políticos progresistas, de los que más tienen.
El sistema educativo, a través de su impacto en la vida social, ha conducido a crear una generación de jóvenes con unos ideales ficticios, irrealizables, heredados de la cultura Disney, pero llenos de escandalosas contradicciones. Por una parte se sensibilizan ante un inmigrante recogido de una patera, pero les son indiferentes los cientos de millones que quedan atrás en peores condiciones que los que han llegado. Se escandalizan de que no se atienda a una inmigrante embarazada, pero no se dan cuenta de que vienen deliberadamente en estado de gestación para provocar el victimismo y la acogida. Se horrorizan por los niños muertos en las barcazas de inmigrantes pero no culpabilizan a unos padres que los someten a tales peligros por el egoísmo de conseguir su objetivo. Están dispuestos a acoger a todo a aquel que llegue ilegalmente, aunque seguramente armarán una huelga si una empresa deslocaliza una planta industrial, para instalarse, por ejemplo, en Marruecos, aunque ello suponga crear riqueza en el lugar origen del problema y reducir a medio plazo la necesidad de emigrar.
Estos mismos, bajo el amparo de lo políticamente correcto, critican como xenófobo cualquier referencia a la delincuencia o violaciones cometidos por inmigrantes. Su multiculturalidad les anima a respetar las costumbres y tradiciones del Islam, pero pretenden erradicar las señas de identidad de su propio país, como la Navidad, la Semana Santa o cualquier culto religioso católico que nos ha trasmitido la tradición de nuestros antepasados, bajo el pretexto de no ofender a los musulmanes. La inmigración y sus derivadas es solo un ejemplo de las muchas contradicciones de la izquierda progresista, que han ido imponiendo a través del sistema educativo y de lo políticamente correcto establecido en los medios de comunicación.
Junto al tratamiento de la inmigración ilegal podemos citar otros muchos ejemplos que suponen excesos irracionales autodestructivos que van erosionando la normal convivencia de la sociedad, enfrentando a aquellos guiados por el sentido común, el orden, el trabajo y el progreso, con aquellos que atacan los pilares básicos del bienestar y la riqueza a través de utopías inalcanzables. Se preocupan más por los derechos de asesinos irrecuperables, rechazando la cadena perpetua, que de las futuras víctimas de ese asesino cuando vuelva a la sociedad a repetir sus crímenes. Tachan de homófobo un chiste que haga referencia al colectivo LGTBI, pero consideran libertad de expresión cualquier ofensa gratuita a los símbolos sagrados o patrióticos, justificándolo en algunos casos como simple humor, pero que en realidad en una provocación que genera odio. En aras de la igualdad de derechos de las mujeres, aceptan el ataque constitucional a la igualdad ante la ley, negando la presunción de inocencia en los delitos cometidos por hombres sobre las mujeres. Defienden las energías limpias, pero todos usan y abusan de los artilugios electrónicos de consumo y viajan en avión o coche, porque no quieren limitar su derecho individual de disfrute aunque ello suponga contribuir a la polución del planeta. Están contra la guerra, las dictaduras, y regímenes autoritarios, pero defienden regímenes dictatoriales socialistas. No quiero seguir, porque las contradicciones son infinitas. Una cosa es predicar y otra dar trigo.
Hemos creado una sociedad egoísta, irresponsable, muy concienciada con sus derechos, pero ignorando que esos derechos son la contrapartida a sus obligaciones sociales. ¿Se preguntan en algún momento los jóvenes y no tan jóvenes participantes en manifestaciones violentas contra el sistema, qué han aportado ellos a la sociedad? Aquí me viene a la cabeza la famosa frase de Kennedy en su discurso de toma de posesión como Presidente de los Estados Unidos de América: “No preguntes lo que tu país puede hacer por ti; pregunta lo que tú puedes hacer por tu país.”
Un claro ejemplo de valores que hoy son considerados trasnochados por la progresía imperante, pero que, al igual que la sabiduría popular fijada en los proverbios o refranes, son difícilmente cuestionables. Se trata de un decálogo atribuido a Abraham Lincoln y citado por Ronald Reagan en uno de sus discursos, pero cuya autoría corresponde al reverendo americano William J.H. Boetcker. Se titula “The Ten Cannots” o “Los diez No Puede”. Se trata de una síntesis de principios y valores liberales, básicos para conseguir el progreso individual y consiguientemente el colectivo. No hace falta ser un gran experto en economía global, para conocer que los países más prospero son los que implícitamente asumen estos principios en sus sociedades. Traduzco a continuación “The Ten Cannots”:
1 - Usted no puede lograr la prosperidad descuidando el ahorro.
2 - Usted no puede fortalecer al débil, debilitando al fuerte.
3 - Usted no puede ayudar a los hombres pequeños destruyendo a los hombres grandes.
4 - Usted no puede elevar el nivel del asalariado destruyendo al empresario que paga los salarios.
5 - Usted no puedes ayudar al pobre destruyendo al rico.
6 - Usted no puede establecer una empresa sólida basada en dinero prestado.
7 - Usted no puede promover la fraternidad entre los hombres incitando al odio de clases.
8 - Usted no puede mantenerse libre de problemas gastando más de lo que gana.
9 - Usted no puede construir el carácter y el valor de los hombres destruyendo su iniciativa e independencia.
10 - Y usted no puede ayudar permanentemente a los hombres, haciendo por ellos lo que pueden y deben hacer por sí mismos.
Recientemente he visto una intervención del juez de menores D. Emilio Calatayud, donde ilustraba las deficiencias de la educación familiar actual. Enunciaba una serie de comportamientos en el hogar que pueden convertir a un hijo en un potencial delincuente. No tengo la transcripción literal, pero recojo los principios que recuerdo lo más fielmente posible.
1- Déle a su hijo todo lo que le pida. Esta actitud creará en él la convicción de que solo con pedir será satisfecho, desarrollando la idea de que tiene un derecho sobre el mundo que le rodea, y que de una forma u otra será satisfecho.
2- No le dé ninguna formación espiritual, esperando que cuando alcance la mayoría de edad sea él mismo quien decida. Lo malo es que para entonces ya estará saturado de ideas esencialmente egoístas y carentes de unos mínimos valores éticos y morales.
3- Cuando diga palabrotas, ríale la gracia. Eso lo animará a hacer travesuras más atrevidas.
4- No le riña nunca, ni le diga que está mal alguna de las cosas que haga desacertadas, no vaya a desarrollar un complejo de culpabilidad y se traumatice.
5- Recójale todo lo que deja tirado y desordenado. De este modo asumirá que siempre habrá otros que asuman las responsabilidades.
6- Déjele leer todo lo que caiga en sus manos sin ningún criterio selectivo, pero esterilice todos los objetos que toque para que no coja ninguna infección. Su mente se llenará de basura en un cuerpo aséptico.
7- Discuta y riña con su pareja en su presencia. De este modo no le afectará cuando la familia se desintegre.
8- Déle todo el dinero que quiera gastar, no vaya a sospechar que sus padres no tienen suficiente nivel y que para tener dinero hay que trabajar.
9- Satisfaga todos sus deseos, caprichos, comodidades y placeres, no vaya a ser que el sacrificio y la austeridad pudiera producirle frustraciones.
10- Póngase de su parte en cualquier conflicto que tenga con profesores, vecinos, autoridad…, y piense que todos tienen prejuicios contra su hijo y que lo quieren fastidiar.
Si sigue todos estos consejos, es casi seguro producirá un auténtico tirano, altamente insocial y con muchas probabilidades de convertirse en un delincuente.
La educación impartida en los últimos cuarenta años da como resultado la sociedad actual que muestra rasgos y actitudes altamente preocupantes. Tenemos una sociedad dominada por lo políticamente correcto, según principios y valores introducidos por la izquierda autocalificada de progresista, que no aceptan crítica alguna, tachando de retrógrados cavernícolas a quienes se atrevan a cuestionarlos. Esos principios políticamente correctos persiguen la igualdad como fin último, para lo cual implícitamente se proscribe la meritocracia y el progreso individual, igualando por lo bajo, forzando incluso institucionalmente por decreto esa igualdad cuando no se alcanza de forma espontanea. Como ejemplos podemos citar las cuotas de género con independencia de la capacidad, la igualdad por abajo en el estudio, la falta de estímulo para el creativo o la demonización del triunfador.
Este panorama social es francamente preocupante, ya que inevitablemente conduce a crear una sociedad decadente, que a falta de reacción pronto será colonizada por el Islam. Los musulmanes conservan unos valores y una práctica religiosa fuertemente arraigados. Aunque culturalmente más retrasados, desde el punto de vista social son mucho más fuertes, porque, aunque equivocados, asumen unos valores que les cohesionan como cultura. La inmigración islámica es el caballo de Troya en nuestra sociedad. La novela de Houellebecq de 2015 titulada “Sumisión”, presenta una futura Francia islámica, que, independientemente de su verosimilitud, no deja de ser un preocupante motivo de reflexión.
La visión pesimista de la sociedad actual, a pesar del dominio del llamado progresismo, todavía mantiene viva la llama de la esperanza, porque una parte considerable de la misma aun mantiene presentes en la memoria los valores trasmitidos por padres y abuelos. Son estos valores tradicionales, patrimonio de nuestra tradición, los que mueven a gran número de familias, que remando contra corriente, hacen que sus hijos se esfuercen en el estudio y los estimulan para superarse en un sistema educativo que les es adverso. El cuerpo social es complejo, y de igual forma que el cuerpo humano, hay que suponer que en algún momento reaccionará, se liberará de complejos y defenderá su derecho a la supervivencia frente a los que pretenden destruirla.
España quedó arrasada después de una terrible guerra civil fruto de errores históricos y de soluciones imposibles, que nunca más debiera repetirse. La actitud irresponsable de cierta izquierda revisionista está creando una división social que debiera preocuparnos. Europa sufrió dos guerras mundiales en un período de poco más de 30 años. Hemos disfrutado en los últimos setenta años del mayor nivel de bienestar nunca antes soñado. La Unión Europea es uno de los grandes logros alcanzados en el viejo continente. Mi reflexión final es que sería dramático que echáramos por la borda todo lo alcanzado con enfrentamientos ideológicos que creímos superados. Dejemos que el sentido común se imponga y rechacemos utopías irrealizables como único camino de futuro en paz y progreso. Que no tengamos que comprobar a nivel social el siguiente refrán “Abuelo tabernero, hijos caballeros, nietos pordioseros”. Que las nuevas generaciones no dilapiden lo que tan duramente se ha conseguido hasta aquí.
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