2017/01/05

Nación y Nacionalismo



Nación y Nacionalismo


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Nación y Nacionalismo


El mundo sufre constantes conflictos derivados del sentimiento nacionalista. En época reciente hemos asistido a la desmembración de la República Yugoslava, la desintegración de la URSS, e incluso a la división de Checoeslovaquia en dos Estados. Si nos retrotraemos algo más en el tiempo nos encontramos con todos los movimientos de liberación nacional de las colonias africanas, o de la desintegración de los imperios austrohúngaro y otomano. Ya en el siglo XIX se produce el proceso de independencia de las naciones iberoamericanas y la formación de dos nuevas naciones europeas, en este caso en un movimiento centrípeto: las unificaciones alemana e italiana.


Hoy en día se están desarrollando conflictos bélicos o graves tensiones políticas originados por sentimientos nacionalistas: el conflicto del pueblo kurdo, que afecta a varios Estados, Sudán del Sur y Palestina.


Un caso paradigmático actual es el que afecta a Sudán. En 2011 se dividió en dos Estados, quedando en el norte la República de Sudán, de mayoría musulmana y raza árabe, y en el sur la República de Sudán del Sur, mayoritariamente de raza negra y cristiana. Ni que decir tiene que detrás de los conflictos nacionalistas siempre se esconden intereses económicos, en este caso el petróleo, recursos naturales, o simplemente nivel de vida. Parecería que con esta división del país el conflicto nacionalista ya debería de estar resuelto, pero la realidad es que Sudán del Sur sigue sumido en una encarnizada guerra civil. Las dos comunidades étnicas mayoritarias en el nuevo país se han enfrentado, simple y llanamente por detentar el poder con un criterio excluyente y disgregador. Una vez más, bajo el paraguas nacionalista lo que realmente se esconde es una lucha por el poder de una élite aun a costa del sufrimiento mayoritario de la población civil. Una vez sembrada la semilla del odio, el único fruto que se recoge es violencia respondiendo a más violencia y engendrando más odio, en una involución que imposibilita toda solución reconciliadora del conflicto.


No puedo pasar por alto las aspiraciones nacionalistas de ciertas entidades regionales europeas, como son: Cataluña y Euskadi en España, Bretaña y Córcega en Francia, Escocia en el Reino Unido, Flandes en Bélgica, la Padania en Italia, Kosovo en Serbia, las regiones pro-rusas de Ucrania, y el caso de Quebec en Canadá, por citar solo los casos más conocidos y recientes.


Ante tal panorama de conflictos con un denominador común, que es el nacionalismo, cabe preguntarse por su origen y las claves que lo definen para luego sacar las oportunas conclusiones. Encontramos dos definiciones de Nación:


1.- Comunidad social con una organización política común y un territorio y órganos de gobierno propios, que es soberana e independiente políticamente de otras comunidades. En este caso Nación es sinónimo de Estado o País. Es ésta una definición considerando el punto de vista jurídico-político.


2.- Conjunto de personas de un mismo origen étnico que comparten vínculos históricos, culturales, religiosos, tradiciones, tienen conciencia de pertenecer a un mismo pueblo o comunidad, y generalmente hablan el mismo idioma y comparten un territorio. Esta definición expresa un criterio socio-ideológico.


La primera definición identifica la Nación con el Estado, considerándola como una comunidad social sometida a una organización política común al amparo de una constitución y leyes que la desarrollan, formando un cuerpo legal que ampara y obliga a sus ciudadanos, asentada en un territorio común, siendo a su vez soberana e independiente de otras comunidades. En este sentido son naciones todos los países reconocidos por las Naciones Unidas, siendo en este caso sinónimos los conceptos de Nación, Estado y País.


La segunda definición de Nación, o Nación cultural, es la que explica el origen de los conflictos nacionalistas, ya que corresponde a un sentimiento nacional de una sociedad que aspira a convertirse en Estado soberano. Desde el punto de vista internacional el Estado es un sujeto de Derecho, característica que no tiene la Nación.


El nacionalismo liberal o voluntarista, representado por Mazzini en Italia, considera que la Nación surge de la voluntad de los individuos que la componen y el compromiso que estos adquieren de convivir y ser regidos por unas instituciones comunes. Desde este punto de vista es la persona, quien de forma subjetiva e individual, decide formar parte de una determinada unidad política a través de un compromiso o pacto. Claro ejemplo de este sentimiento fue la unificación italiana en 1870.


El nacionalismo conservador u orgánico, cuyos máximos representantes son Herder y Fichte en Alemania, considera que la Nación presenta unos rasgos externos hereditarios, expresados en una lengua, una cultura, un territorio y unas tradiciones comunes, generados a lo largo de un largo proceso histórico. La nación poseería entonces una existencia objetiva que estaría por encima del deseo particular de los individuos que la forman, es decir, quien pertenece a ella lo hace de por vida, independientemente del lugar donde se encuentre. Es claramente una idea contraria al liberalismo universal surgido de la Revolución Francesa. Esta corriente opone las particularidades de los pueblos, al cambio racional hacia el progreso, la justicia y el cosmopolitismo; y el instinto o sentimiento frente a la razón. Fruto de esta idea nacionalista fue la unificación alemana en 1871.




El liberalismo tiene sus raíces en el siglo XVII con filósofos como John Locke, siendo posteriormente desarrollado en el siglo XVIII en su vertiente filosófico-política. Como resultado se creó el Estado Liberal en contraposición a la Monarquía Absoluta. Frente al concepto de súbditos o siervos del Rey, opusieron el de ciudadanos u hombres libres e iguales ante la ley, y frente a la soberanía del Rey, el de Nación. Las consecuencias más destacadas de este ideario liberal fueron la independencia de los Estados Unidos en 1776, y la revolución francesa de 1789. Finalmente la eclosión del nacionalismo se produjo a lo largo del siglo XIX impulsado por la corriente literaria y artística del romanticismo.


El romanticismo fue un movimiento cultural que surgió como reacción al racionalismo, exaltando la libertad, el yo individual, y las costumbres y tradiciones locales. Es un movimiento subjetivista e individualista, que exalta el individuo como tal y el Volksgeist o espíritu nacional, frente a la universalidad vigente a lo largo del S. XVIII. Sturm und Drang (tormenta e ímpetu) fue el lema de esta corriente cultural en Alemania, reflejando el espíritu revolucionario frente al orden e ideas racionalistas imperantes en la sociedad hasta entonces. Dada la apelación al individualismo y tradiciones, su interpretación y expresión práctica es diferente según el país en el que se manifiesta.


Los elementos esenciales que definen el sentimiento nacionalista son:


Origen étnico común
Comparten vínculos de una historia común
Cultura común expresada por las costumbres y tradiciones
Practican la misma religión
Hablan una misma lengua
Comparten un territorio
Participan del sentimiento de pertenencia a un mismo pueblo o comunidad.


Si nos centramos en los nacionalismos europeos actuales observamos que las regiones que lo reivindican han compartido historia, cultura, religión, y territorio durante siglos con el país en el que están integradas. El origen étnico no siempre es un argumento esgrimido para no caer en la acusación de xenofobia y racismo, al propio tiempo que sería injustificado dada la movilidad poblacional que se ha producido en el último siglo. Dicho lo anterior, también hay que señalar que la élite nacionalista es esencialmente racista y excluyente, aun cuando por táctica oportunista no lo manifieste en los estadios iniciales del movimiento nacionalista, momento en que consideran prioritario sumar el mayor número posible de seguidores. Tal vez la única nota diferenciadora objetiva sea, en algunos casos, el idioma, y en general el nivel de desarrollo. Estos pocos elementos objetivos, explotados convenientemente por los movimientos políticos que alientan estos movimientos nacionalistas, generan un sentimiento de pertenencia a un mismo pueblo sobre bases puramente simbólicas en la mayoría de los casos, carentes de base real que los justifique.


Tomar el mayor nivel de desarrollo económico como justificación de las ansias de independencia es, en la mayoría de los casos, una falacia. El desarrollo conseguido por algunas regiones lo ha sido gracias a la pertenencia al Estado de que forman parte. Se podría explicar en cada caso ese nivel de privilegio por el mercado cautivo del que han disfrutado, consecuencia de una política proteccionista del propio Estado del que ahora reniegan.


Finalmente nos queda el factor que puede ser considerado el más esencial y en el que pretenden justificar su carácter diferencial. La cultura y el idioma. Dentro de la cultura están las tradiciones, folklore, y creaciones artísticas de todo tipo, literarias o musicales, entre otras. Este es un pobre argumento, ya que cada región o comarca tiene tradiciones, costumbres o folklore que las diferencia claramente de las demás, y que nadie discute, sin que ello sea motivo excluyente para pertenecer al Estado de que forman parte. Carece de sentido considerar que algo así pueda justificar por sí solo un sentimiento nacionalista.


Finalmente tenemos el idioma, que en mi opinión es el elemento cultural más identificable con una comunidad que pretende singularizarse. Es claro que el idioma crea vínculos de unión o identidad entre los individuos que lo comparten. A partir de él se desarrolla todo un contenido cultural diferenciador, que los nacionalistas se esfuerzan en acentuar al máximo, ya que es la base de su propia existencia. Un claro ejemplo es el euskera, un idioma que en los años 70 lo hablaba escasamente un 20% de la población vasca, con multitud de variantes o dialectos locales, y que treinta años más tarde ha conseguido aumentar ese porcentaje hasta el 36 %, con un gran gasto oficial para su promoción en las guarderías y escuelas primarias. La labor de los nacionalistas es estimular las diferencias y amortiguar las similitudes e incluso crear diferencias donde no las había, como es el claro ejemplo del euskera en el País Vasco. Esta política es su propia razón de ser. Sembrar y desarrollar la idea de sentirse diferentes, provocando la confrontación, cuya pieza angular es el idioma acompañado de algún otro elemento tradicional o folklórico.


Los postulados básicos de los nacionalistas son:


Desarrollar el idioma propio forzando institucionalmente su uso y penalizando el idioma común del Estado, incluso en los casos en que es un patrimonio internacional, como es el caso del español.


Estimular las manifestaciones culturales que, partiendo del idioma y las tradiciones, creen una identidad diferenciadora lo más marcada posible respecto al Estado en el que se integra.


Culpar al Estado central de todos los problemas sociales que puedan plantearse, combatir los símbolos que representan al Estado o la cultura común y menospreciar sus instituciones.


Justificar su relativo nivel de vida más elevado respecto al resto del Estado como consecuencia de su laboriosidad, y no como resultado de unas políticas económicas del Estado que con su proteccionismo posibilitó su nacimiento y desarrollo.


Alterar la historia retorciendo los acontecimientos para que encajen en los postulados nacionalistas. Las acciones se consideran buenas o malas no por sus méritos, sino según quién las lleve a cabo.


El objetivo final de este proceso nacionalista es crear un sentimiento de victimismo en la población, culpando al Estado “opresor” de cualquier problema social que se presente. Como resultado de esta política se abre una brecha social que separa y enfrenta a los nacionalistas con los que piensan distinto, en un proceso continuado de acentuar una diferenciación supuesta y no real respecto al resto del Estado. Para los movimientos y partidos nacionalistas la confrontación permanente, cuyo fin último es la conquista del poder, es su única razón de ser y justificación de su propia existencia, con total indiferencia respecto a las penalidades que tales acciones puedan ocasionar en la población. La constante manifestación de la idea de opresión y confrontación es su táctica, sembrando la semilla del odio con actitudes que invitan a la violencia, para entrar en un círculo vicioso o involutivo que haga imposible un arreglo negociado. Cuando conviene a sus intereses, sus representantes participan democráticamente en los órganos legislativos y ejecutivos del Estado, “olvidando” en otros momentos que los cauces democráticos y legales son los únicos válidos para resolver los eventuales conflictos que pudieran plantearse.






En la época actual donde el progreso y la competitividad vienen marcados por procesos integradores para competir en una economía global, donde las grandes zonas económicas son las que marcan el ritmo de desarrollo y potencial tecnológico, es doblemente anacrónico este tipo de movimientos disgregadores. Son los grandes países los que han conseguido un mayor desarrollo económico y social, siendo a su vez quienes dictan el devenir mundial.


Para concluir, cabe preguntarse por qué una sociedad desarrollada, con acceso a una cultura libre y diversa, presta atención y sigue con fanatismo movimientos que no soportan un mínimo análisis crítico. Una sociedad democrática, con cauces de participación política, con libertad de expresión y todos los demás derechos fundamentales vigentes, no pude compararse con la situación social en el siglo XVIII y XIX. En aquella época los Estados se gobernaban sobre la base de la estructura de poder vigente del Antiguo Régimen, con monarcas dotados por la Gracia de Dios del poder absoluto, estando sometidos sus súbditos a opresión, falta de libertad y carentes de los más elementales derechos. Entonces había motivos sobrados para la rebeldía y lucha por conquistar la libertad y los derechos humanos. Hoy en día no existe ninguno motivo relevante en los países democráticos.


La transformación social tan acelerada que hemos vivido en las últimas décadas, el fenómeno de la globalización, las crisis migratorias y las crisis económicas, crean una vacío o vértigo en algunos grupos sociales. Un mundo tan cambiante ha provocado en amplias capas sociales una reacción en sentido contario. Encogerse y volverse hacia sí mismos, como si escondiendo la cabeza bajo el ala fuéramos a evitar la realidad. Esto explica los crecientes nacionalismos de extrema derecha en los países europeos, con proclamas proteccionistas, salidas de las instituciones supranacionales, y en definitiva retornando a una peligrosa posición nacionalista, de confrontación en lugar de cooperación, cuyas consecuencias se vivieron dramáticamente en Europa por dos veces en el siglo XX.


La carencia de valores morales individuales derivados de un abandono acelerado de la moral religiosa, el materialismo imperante y la carencia de un código ético implantado socialmente, ha conducido a una sociedad tremendamente egoísta e individualista. Por el contrario, el mensaje de la sociedad del bienestar de que el Estado se ocupa del ciudadano desde la cuna hasta la sepultura, de que tenemos derecho a todo por el simple hecho de haber nacido en un determinado lugar, da lugar a considerar que la responsabilidad de todo recae en el Estado. Con esa visión personal y egoísta siempre son los “otros” los que tienen que resolver cualquier problema individual. Así es muy fácil manifestarse altruista en tanto en cuanto no se vea afectado el individuo de forma directa. Caso paradigmático de estas actitudes contradictorias son las personas que defienden la política de puertas abiertas para la inmigración, pero al mismo tiempo se oponen a la globalización, cuando es ésta la que permite que otras naciones eleven su nivel de vida y sus ciudadanos no tengan que emigrar al primer mundo.


El individuo es un ser social y necesita la protección del clan, manifestación clara de la evolución del tribalismo. En una sociedad tan despersonalizada como la actual, este arropamiento y búsqueda de protección se manifiesta en la pertenencia a grupos sociales secundarios, como pueden ser la afiliación a un club deportivo, o un movimiento político nacionalista, o de lo más variopinto, como pudiera ser el partido animalista y tantos otros grupos. Es en definitiva una huida hacia atrás, buscando en los entornos más reducidos la supuesta protección frente a un mundo cada vez más global.


Algunos autores, han señalado que el nacionalismo es más una religión política que una ideología política, un sustituto de la religión. Como ejemplo citamos a Roberto Augusto, que ha afirmado que "creer que una determinada comunidad es una Nación tiene que ver más con la fe que con la razón; es una creencia individual que puede ser compartida con otros y que está más cerca del pensamiento religioso que del científico, de ahí la dificultad de intentar rebatirla racionalmente".


Jorge Luis Borges señaló que el nacionalismo es el canalla principal de todos los males. Divide a la gente, destruye el lado bueno de la naturaleza humana y conduce a desigualdad en la distribución de la riqueza.


Para terminar transcribo la idea de Nación para el filósofo israelí Avishai Margalit en La Ética de la Memoria (2002), que creo refleja fielmente el sinsentido del nacionalismo fanático que se da en algunos pueblos hoy en día. Con una preclara visión crítica dice: "Una nación se ha definido como una sociedad que alimenta un embuste sobre los ancestros y comparte un odio común por los vecinos. Por lo tanto, la necesidad de mantener una nación se basa en memorias falsas y el odio a todo aquél que no lo comparte."

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