D. Pedro Benito Antonio de Quevedo y Quintano fue un religioso español nacido en Villanueva del Fresno, diócesis de Badajoz, el 12 de enero de 1736, y fallecido en Orense el 28 de marzo de 1818. Era hijo de José de Quevedo, caballero de Santiago, y de Juana Quintano Silva y Vargas Machuca, padres que constituían una familia distinguida por su nobleza y patrimonio, así como por sus valores tradicionales de piedad y práctica religiosa. Tuvieron cinco hijos, donde D. Pedro fue el cuarto.
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Retrato de D. Pedro Quevedo y Quintano |
Estudió letras, licenciándose en Filosofía y Teología en Granada y Salamanca. Fue ordenado sacerdote el 22 de marzo de 1760, doctorándose en Teología en 1766. Ocupó distintos cargos con brillantez hasta ser nombrado obispo de Orense el 5 de abril de 1776. Tomó posesión de la diócesis el 13 de agosto de 1776, ocupándola durante 43 años hasta su muerte. Renunció por dos veces, en 1783 y en 1812, a la propuesta de su nombramiento para el arzobispado de Sevilla, así como en 1783 al cargo de inquisidor general.
Aparece incluido en la obra de “Retratos de Españoles Ilustres con un Epítome de sus vidas”, publicada por la Imprenta Real en 1791, de donde extraigo el siguiente párrafo que glosa sus virtudes:
“Destacó por su genio pronto y vivo, su aplicación tenaz, su aprovechamiento extraordinario, a que se agregaba una piedad profunda, un recogimiento sin igual, una santidad de costumbres la más respetable, y una liberalidad y caridad sin límites, que rayaba en prodigalidad. Quevedo era caritativo y generoso con el mismo ahínco y pasión con que otros son avaros. Frugal en su casa, mal traído en su persona, repartía a los pobres todos los productos de su prebenda, y sus padres tenían que mantenerle cuando canónigo, del mismo modo que cuando estudiante. En aquel objeto eran invertidas las ropas, las alhajas, los regalos que su familia le enviaba: aún se recuerda en Salamanca que dio a los pobres el dinero que le fue librado para recibirse de Doctor, y que hubo de repetirse el envío por mano de tercero, para que no le diese igual destino.”
Otra prueba de su caridad la encontramos cuando entre 1789 a 1792 acogió a sus expensas a más de trescientos eclesiásticos franceses. Estos clérigos buscaron refugio en Galicia cuando a causa de la revolución fueron suprimidas las órdenes religiosas en Francia que fueron víctimas de persecución. Además, invirtió en donativos extraordinarios y obras de caridad las rentas del obispado que le pertenecían, más 800.000 reales que recibió de su patrimonio familiar. Fundó el Colegio de niños expósitos de las Mercedes de Orense y promovió la fundación del Seminario Diocesano.
Bajorelieve con la imagen de D. Pedro Quevedo y Quintano que figura en su sepulcro |
Intervino como mediador en la revuelta llamada de la “Ulloa” que se desarrolló en Galicia y Asturias a comienzos de la década de 1790, en la que el pueblo protestaba contra la presión y las reformas fiscales. Consiguió el apaciguamiento de los revoltosos evitando el ajusticiamiento de los cabecillas, y posteriormente intercedió para conseguir su amnistía.
Fue un destacado reformador de las costumbres y de la disciplina del clero de su diócesis al que pidió austeridad en los comportamientos. Participó de forma activa y patriótica en la defensa de la independencia de la patria en tiempos de la ocupación francesa. Se negó a jurar la Constitución de José I y fue nombrado presidente del Consejo de Regencia de España el 29 de enero de 1810. Renunció a este cargo ante las Cortes de Cádiz por no compartir que la soberanía nacional residía en el pueblo. Los liberales decretaron contra él la pena del destierro. Marchó a residir al pueblo portugués de Tourem, que pertenecía a la diócesis de Orense, y desde allí dirigió su diócesis durante los dos años que duró su extrañamiento. Reconoció que no amaba la Constitución porque la consideraba “perjudicial y contraria al bien de la nación”, a la que sí amaba. Estas reflexiones son una prueba de la contundencia de sus ideas absolutistas.
Tras la restauración absolutista, Fernando VII premió su papel decidido en la defensa del poder real absoluto otorgándole la Banda de María Luisa y la Gran Cruz de Carlos III. Fue nombrado cardenal por Pío VII en 1816, a propuesta del rey Fernando VII, recibiendo el capelo cardenalicio en la Catedral de Orense el 19 de noviembre de 1816.
Falleció en estado de santidad en Orense, en cuya catedral está sepultado.
A la vista de lo expuesto, podemos considerar al obispo Quevedo como uno de los personajes más relevantes de Orense, aunque no haya sido éste su lugar de nacimiento. Su identificación con la diócesis y el amor por su tierra de adopción quedan sobradamente demostradas al renunciar a otras dignidades con más prestigio y riqueza.
Una breve, pero rigurosa biografía, puede ser consultada en el enlace que figura a continuación, perteneciente a la Real Academia de la Historia. De esa biografía he extraído los rasgos que considero fundamentales para esbozar someramente los rasgos del personaje.
Biografía de Pedro Benito Antonio de Quevedo y Quintano - Real Academia de la Historia
Con motivo del centenario de su muerte, celebrado en 2018, se han publicado dos libros biográficos que ponen de relevancia su figura vista con perspectiva histórica:
-"El Cardenal Pedro de Quevedo y Quintano en las Cortes de Cádiz", escrito por el sacerdote José Ramón Hernández Figueirido, Doctor en Historia Eclesiástica.
-“D. Pedro Quevedo, Obispo de Ourense y Regente de España” escrito por Jesús de Juana López, catedrático de historia contemporánea de la Universidad de Vigo.
Es de resaltar también la obra “Retrato Histórico del Emmo. Exmo. e Ilmo. Señor D. Pedro de Quevedo y Quintano” escrito por el Dr. D. Juan Manuel Bedoya, Canónigo de la Santa Iglesia Catedral de Orense, publicado en 1835. Es el trabajo fundamental sobre su figura y base para cualquier estudio posterior sobre el mismo.
La semblanza biográfica expuesta tiene como única finalidad el significar la relevancia histórica del personaje. A su muerte se celebraron en Orense unas excepcionales honras fúnebres, cuyos sermones también están publicados. En un post recogido en el blog “Lembranzas de Armariz”, cuyo link indico a continuación, ya expliqué con detalle las circunstancias que me llevaron a descubrir en el libro de bautizados de la parroquia de Santa María de Faramontaos del municipio de Nogueira de Ramuín de Orense la narración que el párroco de la misma, D. Joaquín Silva Reygosa, incluye de los funerales del obispo y cardenal. Manifiesta el párroco ser familiar del obispo, y como tal, asistente y participante en los funerales. Considero de relevancia histórica este relato, ya que desconozco si existe otra descripción del acto con el detalle por él expuesto.
Joaquín-María Silva Reygosa – Párroco de Sta. María de Faramontaos
Retrato de D. Pedro Quevedo ya de avanzada edad |
Transcripción literal del relato que figura en el libro parroquial de bautizados:
Joaquín-María Silva Reygosa – Abad de la parroquia de Santa María de Faramontaos desde hay 8 años, desde el 31 de enero de 1813, natural de Orense, nacido el 16 de julio de 1777.
Año de 1818
“Emo. Exmo. e Ilmo. Sr. D. Pedro Cardenal de Quevedo y Quintano, Obispo de Orense
En 27 de marzo de 1818 cerca de media noche falleció con muerte repentina, pero muy prevista en toda su vida y con mucha preparación el Eminentísimo, Excelentísimo e Ilustrísimo Sr. D. Pedro de Quevedo y Quintano, Cardenal presbítero de la Sta. Iglesia Romana, Presidente que fue del Supremo Consejo de Regencia de España e Indias en la ciudad de Cádiz en la cautividad del Rey D. Fernando VII, de su Supremo Consejo de Estado, Caballero Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III, Obispo residente en Orense, donde murió a los ochenta y dos años de edad, y cuarenta y dos de obispado, varón lleno de virtudes y con opinión de santidad, eminente en ciencia, conocido por ellas no solo en España, sino en todo el mundo , de una caridad heroica.
Se le extrajo su gran corazón que se dividió en pequeñas partes, lo mismo que sus ropas, que se conservan como ricas prendas. El 29, 30, y 31 estuvo de cuerpo presente en el salón del Palacio Episcopal, celebrándose misas hasta las once de la mañana en cuatro altares que se colocaron allí. Desde esta hora hasta el anochecer asistían por horas junto al cadáver, entonando por su orden el oficio de difuntos del Seminario Conciliar fundado por S. Emcia., los abades y clero todo de la ciudad, las comunidades de Sto. Domingo y S. Francisco, y la congregación de la catedral.
Como familiar, puse nueve circulares, que corrieron las nueve veredas de tres y cuatro leguas en contorno, convidando al clero todo para su entierro. Se avisó a los monasterios de S. Benito y S. Bernardo de la diócesis. El Cabildo convidó al Ilmo. Sr. Obispo de Lugo, y en fin, se dispuso un entierro con la mayor magnificencia, no como corresponde a un cardenal de Roma, sino como a un heroico y virtuoso prelado.
Sepulcro de D. Pedro Quevedo y Quintano en la catedral de Orense |
El primero de abril, a las nueve y media de la mañana salieron de la catedral a palacio la cruz y hachas, y luego las comunidades de S. Francisco y Sto. Domingo, once monjes del Benito, diputados por los monasterios de Celanova y Ribas de Sil, diecisiete de S. Bernardo por los monasterios de Oseira, S. Clodio, Montederramo y Junquera de Espadañedo, todos de cogullas, seguía el seminario conciliar, la congregación de la catedral, ciento y tantos laicos, abades de los contornos, y el cabildo con el Ilmo. Sr. Obispo de Lugo de pontifical negro y el debido acompañamiento.
Llegado a Palacio, y rodeando el cabildo el cadáver se cantaron vísperas solemnes de difunto, en que ofició el Sr. Obispo. Rompió después el entierro por medio de la plaza, rúa Nueva, fuente del Rey, calle S. Miguel, plaza del Hierro, rúa de Obra, a la entrada principal de la catedral, de la plaza del Carbón, todas llenas de un inmenso gentío entre lágrimas, suspiros, sollozos y despedidas amorosas de sus hijos por su padre, haciendo lugar a la procesión la tropa extendida por toda la carrera.
Llegado a la catedral ocupó el coro, después del cabildo, el clero y monacales. Se cantó el oficio, celebró la misa el Sr. Obispo, y después de ella se echaron los cinco responsos como a cardenal, incensando el túmulo en los cuatro primeros cuatro dignidades, y al último el Sr. Obispo. Durante el oficio y misa subieron al túmulo cuatro abades que estuvieron siempre incensando con cuatro incensarios.
Después de todo se le dio sepultura en la capilla mayor, facilitándolo la tropa que de antemano se entró en ella. Quince familiares de este Emmo. Prelado, actuales y antiguos, deseosos de que las cenizas de su amo no se confundiesen con las de los demás muertos, mandaron hacer a su cuenta una tumba aforrada de plomo, y dentro se puso una inscripción grabada en plata, a la que se pasó el cadáver, y cerro con su cubierta de lo mismo, estañándola toda alrededor.
La familia hicimos el duelo en el entierro y en los restantes días del novenario. El día 9 tuvo sus honras con sermón el cabildo que se esmeró en todo él, ya en la magnificencia del túmulo, ya en la mucha cera, ya en la solemnidad. El día 15 del mismo abril tuvimos los quince familiares las exequias por nuestro amo en la nave del Rosario de la catedral. D. Juan Bobo y yo fuimos comisionados.
Se armó un espacioso presbiterio lleno de hachas encendidas, en medio el altar, y a su lado se colocaron los ministros que oficiaron la misa, que celebró el arcediano de Baronceli, secretario de S. Ema., y al otro la restante familia. Bajo sus gradas seguían tres órdenes de asientos a cada lado, donde asistieron el cabildo, ciudad, comunidades, seminario, cuerpos militares y gente distinguida del pueblo. En el medio se formó un túmulo magnífico y elevado de tres altos y cuatro gradas en el fondo, donde estaban las cuatro virtudes, Fe, Caridad, Justicia y Fortaleza, sosteniendo inscripciones alusivas al difunto, de las que había también en las columnas a los lados que remataban en cuatro piras encendidas, y todo lleno de luces. En la tumba estaban las insignias de obispo y cardenal, la gran Cruz, y a los pies la beca de colegial mayor, y dos mitras por las dos veces que renunció al arzobispado de Sevilla. Lo cubría todo un gran dosel con cuatro pabellones colgados de la bóveda. Tras del túmulo estaba la música y cantores. Después de la misa y oficio se dijo el sermón de honras que duró una hora y predicó el Dr. D. Manuel Bedoya Cardenal.
El 20 de mayo, doce comerciantes de los más acomodados de Orense hicieron en la misma nave un túmulo suntuoso de una pirámide que llegaba a la bóveda, y remataba en unas nubes resplandecientes que figuraban la gloria. Tuvieron las honras a su Ema. con música y toda solemnidad, y duró el sermón una hora y veinte minutos que predicó el Canónigo Penitenciario. Para estos sermones no fue necesario pedir nada prestado. Ni otro tiempo más bastaría para predicar las virtudes del prelado. En todas las parroquias del obispado, sin mandato alguno, se le hicieron sus honras, misas y sufragios. Como familiar me lisonjeo tener esta ocasión de tributarle este corto obsequio de amor, gratitud y agradecimiento al inmortal Quevedo.
Joachin Silva.”
Frontal del sepulcro de D. Pedro Quevedo y Quintano en la catedral de Orense |
El párroco D. Joaquín Silva, en otra parte del mismo libro de bautizados del año 1840, incluye la siguiente reseña relativa a la exhumación e inhumación definitiva de los restos del cardenal en el panteón que se le dedicó en la catedral de Orense.
“En 27 de marzo de 1818 falleció el Exmo. Cardenal de Quevedo, obispo de Orense como puede verse al folio 1º del libro 3º, tomo 2 de difuntos de esta feligresía. Se hizo en Roma un magnífico panteón de mármol que costó 80.000 rs. y vino por mar a Marín, y de allí a Orense. Las vicisitudes políticas de estos tiempos retardaron su colocación hasta el 9 de septiembre de 1840, que colocado en la capilla mayor de la catedral y exhumado el cadáver, se colocó aquel día en un magnífico catafalco hecho al intento, que costó unos 8.000 rs., y previa una solemne función fúnebre a la que concurrieron curas, clero e innumerable gente, se colocó a la tarde en el Panteón.
Requiescat in pace. Amen.”
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