La Ilustración 2020/11/15
Las monarquías absolutas y una élite aristocrática, con la connivencia eclesiástica, gobernaron sus respectivos reinos de forma despótica durante siglos. La Ilustración fue un movimiento cultural e intelectual que abrió las puertas a la ciencia y a los avances sociales, sentando los principios filosóficos y políticos que acabarían con esos sistemas opresores. El primer acontecimiento histórico propiciado por este cambio radical de pensamiento puede considerarse la independencia de los Estados Unidos en 1776, con la implantación de un sistema de gobierno de corte democrático para el nuevo estado, rompiendo con el dominio inglés en las colonias americanas. El siguiente hito histórico de ese movimiento liberalizador del pueblo llano queda simbolizado en la Revolución Francesa, que supuso una conmoción social y política que cambió la historia europea.
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Salon de Madame Geoffrin - Anicet Charles Gabriel Lemonnier |
La Ilustración fue un movimiento intelectual europeo, con una especial incidencia en las naciones más desarrolladas de la época: Francia, Inglaterra y Alemania. Cronológicamente se puede decir que su punto álgido se corresponde con la segunda mitad del siglo XVIII, concluyendo en los primeros años del siglo XIX. No obstante, ya en la segunda mitad del siglo XVII comienza la gestación de ese espíritu de cambio, destacando algunos pensadores que marcaron el camino a las siguientes generaciones. Sobresalen especialmente Thomas Hobbes, René Descartes y John Locke, seguidos por David Hume, Adam Smith y los enciclopedistas franceses junto a una pléyade de pensadores que realmente cambiaron las bases del pensamiento de nuestra civilización. La apertura a la ciencia, el conocimiento y la razón, suponía el despertar de la noche de las tinieblas, la ignorancia y el oscurantismo de siglos anteriores. Esa nueva luz del saber, surgida de la razón y la ciencia, diluía la opresión ejercida por la religión y la superstición. La traducción práctica de este nuevo conocimiento supuso, en el ámbito social, la no aceptación, y consiguiente rebelión, de la posición de dominio de una clase aristocrática favorecida con todos los privilegios sobre otra mayoritaria y oprimida sin ningún derecho. En consecuencia, se conoce al siglo XVIII como el Siglo de las Luces, recordando que la Ilustración se denomina en inglés “Enlightenment”, en francés “Les Lumières”, Aufklärung en alemán e Illuminismo en italiano, denominaciones muy gráficas todas ellas.
Las ideas liberales encontraron en las logias masónicas el lugar idóneo para su libre expresión, discusión y desarrollo, en una sociedad todavía dominada por las ideas fanáticas de una jerarquía eclesiástica obsesionada con la lucha contra las herejías y el desviacionismo del orden establecido. La convicción de que el conocimiento humano podía superar la ignorancia y, consiguientemente, erradicar la superstición, como paso para construir un mundo más justo liberado de la tiranía de las monarquías absolutas, fueron elementos esenciales en el pensamiento de los representantes de la Ilustración. Las logias masónicas, donde cabían todas las creencias religiosas, tanto católicas liberales, como protestantes, e incluso la ausencia de creencias, constituyeron el lugar de encuentro de los pensadores ilustrados, protegidos por el juramento de secreto y hermandad masónicos. La inmensa mayoría de los enciclopedistas franceses y los padres de la revolución americana fueron masones.
Las nuevas ideas librepensadoras, acompañadas de innovaciones técnicas, que suponían avances revolucionarios para la época, se fueron expandiendo entre la burguesía y la aristocracia más culta. Esta línea de pensamiento innovador era discutida y comentada en las tertulias o reuniones aristocráticas, muy en boga en la época, en la que participaban como invitados los pensadores e intelectuales más reputados del momento. La temática de estas reuniones sociales era muy variada, predominando la vertiente cultural, debatiendo de literatura, filosofía, o ciencia, y siempre amenizadas por la imprescindible interpretación musical de un grupo de cámara. Las discusiones políticas críticas, con tintes revolucionarios contra el sistema vigente, quedaban relegadas a ámbitos más comprometidos al amparo de las logias masónicas.
Imagen del Salón del Templo de la Logia de San Juan de los Llanos de Albacete / Revista Las Tres Luces |
El período comprendido entre la segunda mitad del siglo XVIII y comienzos del XIX coincide con la Revolución Industrial. Se vivió en esa época la mayor transformación social y económica de la historia de la humanidad hasta ese momento. La máquina de vapor, patentada por James Watt en 1769, puso en marcha un desarrollo sin precedentes, siendo utilizada como fuerza motriz, tanto del ferrocarril como de instalaciones industriales, revolucionando la actividad artesanal vigente hasta entonces. El sistema económico se transformó aceleradamente, pasando de ser eminentemente agrícola y rural, a industrial y urbano. Las innovaciones tecnológicas supusieron un avance sin precedentes en la renta per cápita, pero al mismo tiempo surgió el problema de la proletarización de los obreros y los abusos del capitalismo que no contaba con ningún tipo de regulación.
Todo este proceso de cambio, auténtica conmoción social, tuvo su origen en el siglo XVII, cuando las élites intelectuales empezaron a cuestionar la barbarie de las guerras de religión. Esos crueles conflictos religiosos, desatados para conseguir la unidad religiosa dentro de los respectivos reinos, eran considerado necesarios para su estabilidad y control, aunque finalmente demostraron ser una meta imposible. Los pensadores empezaron a considerar que lo realmente importante en los reinos modernos era el bienestar de la población, que a la vez los enriquecía y potenciaba. Solo así se podía conseguir el progreso y la fidelidad a un soberano justo que se preocupara por sus súbditos. La tolerancia religiosa fue adoptada por aquellas monarquías más progresistas como el camino más adecuado para alcanzar la paz social. Las persecuciones religiosas sólo generaban muerte y pobreza e iban contra el progreso, e incluso contra la caridad cristiana.
Para comprender la importancia que los reyes daban a la uniformidad religiosa de sus reinos, debemos recordar que la legitimación de su poder procedía de Dios. Este lema figuraba en las monedas, donde, por ejemplo, se leía: “Carol III D G Hisp et Ind Rex”, (Carlos III, por la Gracia de Dios, Rey de España y las Indias”. En consecuencia, en un país donde todos los súbditos fueran católicos, éstos no osarían revelarse contra el poder del monarca, al estar sometidos a la voluntad de Dios manifestada y defendida por la Iglesia. Este binomio, monarquía-iglesia, actuaba de elemento estabilizador, perpetuando la opresión del pueblo llano creyente en beneficio de los poderes material y espiritual, personalizados en la monarquía absoluta y la jerarquía eclesiástica. Por esa razón, las minorías de otras religiones no asumían ese origen del poder, quedando libres de la autoridad de la iglesia, y como tal, potencialmente peligrosos para la estabilidad del sistema monárquico absoluto.
El poder e influencia de la iglesia en los reinos cristianos se cimentaba en el principio divino de la autoridad del rey. Cualquier desviación o enfrentamiento de la corona respecto de los intereses eclesiástico provocaba el consiguiente conflicto, donde la amenaza de la excomunión era un arma infalible. Si el rey desobedecía el mandato del papa o de sus representantes, podía ser excomulgado, liberando a sus súbditos del deber de obediencia, momento en que rápidamente surgía un aspirante a la corona que tomaba su puesto. Las propias enseñanzas integristas de la iglesia, respecto a las penas del infierno a quienes murieran en pecado mortal, hacían aún más temible la excomunión, ya que ésta era extensible a cuantos siguieran prestando juramento de fidelidad al rey excomulgado.
El entendimiento entre la iglesia y el poder monárquico era un interés mutuo. El rey garantizaba su autoridad, recibida de Dios, con la protección terrenal de sus representantes encarnados en el Papa y su curia, representados por los respectivos obispos en todo el orbe cristiano. Por su parte, la iglesia era favorecida con generosas donaciones y concesiones de tierras que la hacían un auténtico poder feudal. La autoridad terrenal del rey podía ser delegada en la nobleza en sus respectivos dominios, recibidos por concesión real por los servicios prestados a la corona. En consecuencia, todo el resto del pueblo, los plebeyos, estaban sometidos a la autoridad sin límites del rey, la aristocracia y la jerarquía eclesiástica, que detentaban la posesión de la tierra. El pueblo llano se limitaba a trabajar, estando sujeto a la tierra que cultivaban para sus señores a través del pago de unas rentas o foros, además del pago del diezmo y las primicias al clero local, sin contar el resto de servidumbres e impuestos a que estaban sometidos.
Máquina de vapor de James Watt
Los burgueses, establecidos en las ciudades o burgos, ejercían oficios agrupados en cofradías bajo rígidas normas de funcionamiento. Fue este nuevo grupo social el que poco a poco tuvo algo más de acceso a la cultura, y en cuyo seno se fue despertando un espíritu más crítico y reivindicativo de sus derechos. Los concejos municipales fueron los órganos en los cuales reafirmaron sus exigencias para mejorar sus condiciones de vida y de defensa frente a los abusos del poder. En los siglos XVII y XVIII, debido a los nuevos descubrimientos industriales y al comercio, los burgueses se fueron enriqueciendo, adquiriendo más poder económico, pero nulos derechos políticos.
La Ilustración fue el resultado de la confluencia de la evolución del conocimiento filosófico, aumento de la cultura y saber científico, que dio pie a una mayor libertad de pensamiento. Los nuevos y revolucionarios descubrimientos técnicos, simbolizados en la máquina de vapor, liberaron a muchos hombres del trabajo de
la tierra, elevando el nivel de vida con nuevas oportunidades. La parte negativa de la revolución industrial fue la violenta conmoción social que produjo la masa proletaria que surgió, de consecuencias no previstas, y a la que habría que buscar solución en el nuevo siglo XIX.
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