2021/01/11

Liberalismo – El ideario liberal

Liberalismo – El ideario liberal                                           2020/12/20

Los términos liberal y liberalismo tienen diferentes acepciones desde el punto de vista semántico, lo que puede conducir a una cierta confusión respecto a su significado en cuanto a ideología política. El objeto de este post es presentar una primera aproximación a este pensamiento político, que en posteriores entradas será eventualmente ampliado focalizando el estudio en sus vertientes económica y filosófica.

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Como claro ejemplo del uso variado del término, consultando el Diccionario de la R.A.E., encontramos los siguientes significados:

Liberal:
1. adj. Generoso o que obra con liberalidad.
2. adj. Partidario del liberalismo.
3. adj. Perteneciente o relativo al liberalismo o a los liberales
. El exilio liberal.
4. adj. Que se comporta o actúa de una manera alejada de modelos estrictos o rigurosos.
5. adj. Comprensivo, respetuoso y tolerante con las ideas y los modos de vida distintos de los propios, y con sus partidarios.
6. adj. Propio de una persona liberal.
7. adj. Dicho de una profesión: Que consiste principalmente en una actividad intelectual y requiere un título académico para su ejercicio.
8. adj. Que ejerce una profesión liberal.

Liberalismo:
1. m. Actitud que propugna la libertad y la tolerancia en la vida de una sociedad.
2. m. Doctrina política que postula la libertad individual y social en lo político y la iniciativa privada en lo económico y cultural, limitando en estos terrenos la intervención del Estado y de los poderes públicos.

Como dato anecdótico cabe señalar que parece acreditado que la palabra liberal fue utilizada por primera vez en sentido político en las cortes de Cádiz de 1812. Posteriormente se extendió su uso a Inglaterra y el resto del continente europeo. Se atribuye a Agustín Argüelles, apodado El Divino, autor del preámbulo constitucional de 1812, su comentario sobre el origen de la palabra liberal, si bien no he podido acreditar esta fuente. Este político y orador nos habla del concepto político de la palabra liberal en los siguientes términos:

"La frecuencia con que se usaba en las discusiones y debates la palabra liberal, no sólo en su sentido lato, sino con especialidad para expresar todo lo que por su espíritu y tendencia conspiraba al establecimiento y consolidación de la libertad, excita en la viva y amena fantasía de un escritor coetáneo la idea de usurpar aquel vocablo en una composición política, tan picante como festiva, para señalar a los diputados que promovían en las Cortes las reformas, aplicando en contraposición el de servil a los que la impugnaban y resistían... Desde entonces liberales y serviles fueron los nombres con que se conocieron respectivamente, así en las Cortes como fuera de ellas, todos los que se manifestaron afectos y contrarios al restablecimiento del gobierno representativo, a las doctrinas que favorecen instituciones constitucionales y una administración ilustrada y vigorosa pero responsable".

En Estados Unidos se considera liberal a lo que en términos políticos asociaríamos en Europa como socialdemócrata progresista, alejado de los valores tradicionales y abiertos a todo tipo de cambios sociales. Interpretan el término liberal como aquel que defiende una economía capitalista y la intervención del Estado para promover la justicia social, la sanidad, la educación y el medio ambiente, entre otros, semejante a la ideología de la izquierda progresista europea. En EEUU esta posición está representada por el partido Demócrata, de forma más o menos acusada dependiendo del candidato de cada momento. En Europa y América Latina se asocia el liberalismo, en su sentido clásico, con la defensa de las libertades individuales, la economía capitalista, y la mínima intervención del Estado, tanto en la vida de las personas como en la economía. En EEUU esta posición está representada por el partido Republicano, que defiende el más puro liberalismo político, si bien matizado por las reformas introducidas por los gobiernos del partido demócrata.

Hoy en día hay una corriente del liberalismo que pone el acento en la protección social y otros postulados abanderados por la izquierda llamada progresistas, conservando sin embargo la defensa de los derechos individuales, la economía de mercado y la propiedad privada como pilares esenciales del Estado liberal. Es ése un signo más de la evolución actual de los partidos políticos que desnaturalizan su esencia ideológica, movidos sólo por la búsqueda de los votos necesarios en una democracia para alcanzar el poder. Esta actitud no hace más que contribuir a una mayor confusión en cuanto a la naturaleza ideológica de las corrientes políticas.

Ante tal variedad de acepciones e interpretaciones no es de extrañar que exista una cierta confusión en el contenido de la ideología liberal en sus vertientes política, económica y filosófica. Analicemos en primer lugar las líneas generales del ideario liberal, como camino práctico más adecuado para comprender su esencia, con independencia de una mayor profundización en el futuro sobre algunas de sus manifestaciones.

El liberalismo es una corriente filosófica y económica de la que puede derivarse una acción política aplicando los principios que la definen. John Locke es considerado el padre de esta corriente política y filosófica, así como Adam Smith es el padre del liberalismo económico.

El liberalismo nació inspirado por las teorías racionalistas y empiristas de la Ilustración, e impulsado por la expansión económica generada por la Revolución Industrial. En esa época la burguesía experimentó un notable desarrollo, siendo cada vez más relevante socialmente como consecuencia del incremento de la riqueza que acumulaba, fruto de la actividad comercial e industrial propiciada por las innovaciones tecnológicas. El desarrollo económico logrado por el despertar económico moderno favoreció el desarrollo de una élite intelectual de extracción burguesa, la cual creó las bases ideológicas que desencadenaron las sucesivas revoluciones y el cambio en las estructuras de poder.

El liberalismo se convirtió en el siglo XVIII en la ideología de la burguesía en su lucha contra el orden jurídico-feudal, materializado en la monarquía absoluta, que se oponía al libre juego de las fuerzas económicas y la participación de la sociedad en la dirección del Estado. Se combatió especialmente la opresión y trato desigual a los ciudadanos, que carecían de todo derecho frente a los privilegios de la nobleza y el clero. El liberalismo se convirtió en una corriente doctrinaria de importancia capital en la vida política, económica y social de los Estados, que forzó su transformación en regímenes democráticos. Claro ejemplo de este espíritu renovador fueron las sucesivas revoluciones que vivió Europa en el siglo XIX, en un período realmente convulso, que acabaron por erradicar definitivamente el Antiguo Régimen.

El Estado liberal surge de las ideas filosóficas y económicas liberales, del que es claro ejemplo la Declaración de Independencia y la Constitución de los Estados Unidos. La base de este Estado Liberal es un sistema parlamentario, regido por una Constitución, en la que se reconocen los derechos individuales, la soberanía nacional y la división de poderes: legislativo, ejecutivo y judicial.

El concepto filosófico del liberalismo parte de la ley natural o, dicho de otro modo, del hecho que las sociedades humanas están gobernadas por leyes naturales a las que ni los individuos ni el Estado pueden sustraerse, y a las que unos y otros deben ajustar su conducta.

El hombre tiene un marcado sentido individual que se manifiesta en su naturaleza. El postulado esencial del liberalismo considera que la fuerza del interés personal es el móvil de acción más potente en el orden económico, que sirve al mismo tiempo a los intereses generales, o lo que es lo mismo, la libertad personal individual como forma de conseguir el progreso de la sociedad. El fundamento de las relaciones sociales es el derecho del individuo a seguir su propia iniciativa, dentro de los límites impuestos por las normas jurídicas. Defiende las libertades individuales frente al poder del Estado y prevé oportunidades iguales para todos. Uno de los lemas más comunes usados por los defensores del liberalismo era el “laissez faire, laissez passer”, (dejad hacer, dejad pasar), es decir, mínima intromisión del Estado en la vida del ciudadano. El Estado liberal está formado por una sociedad de clases, compuesta de grupos abiertos, que se distinguen por su capacidad económica, pero que son iguales ante la ley. El hecho del individualismo egoísta del ser humano no es negativo para la sociedad, ya que de la búsqueda del propio interés se deriva un efecto indirecto positivo para el resto de miembros de la comunidad. Esta interpretación se ajusta a la naturaleza del individuo según la ley natural.

El Estado liberal se basa en una economía sustentada en la propiedad privada, bajo el principio de libertad económica de libre mercado, regido por la ley de la oferta y la demanda, en una economía de competencia perfecta. La riqueza del Estado reside en la riqueza de los individuos. El Estado debe limitar al máximo su intervención en el proceso económico, ya que la dinámica de la producción, distribución y consumo de bienes se rige por leyes propias que ya forman parte del sistema, y que tienden a su equilibrio, como la ya referida ley de la oferta y la demanda.

El individualismo es una de las señas de identidad del liberalismo, ya que considera al individuo con capacidad para constituirse en motor del progreso y creador de las normas e instituciones necesarias para el bienestar social. El individualismo del hombre se manifiesta en su naturaleza y su amor por la libertad, la igualdad y la ética. Según Locke, la vida, la libertad y la propiedad privada son derechos naturales del hombre, anteriores a la constitución de la sociedad, cuya defensa es el objetivo prioritario del Estado Liberal.

La naturaleza del hombre liberal, que aspira a su libertad y ser dueño de su destino, lo lleva a revelarse contra la opresión existente en el Antiguo Régimen, que privilegiaba a la nobleza y el clero. Era esa clase privilegiada la que ostentaba el poder, obtenía las rentas de la tierra y además no pagaba impuestos. El pueblo llano era el que soportaba el coste del Estado, sin ninguna intervención en su gestión.

El hombre, como ser racional, tiene razón y voluntad de ser libre, por ello debe rechazar el poder absoluto detentado por un gobierno despótico. El ser humano se encuentra dotado de inteligencia y, por tanto, es capaz de examinar si sus acciones se encuentran conformes con la ley moral natural en función de la cual orienta su conducta. Aspira a vivir libre en armonía con la naturaleza y la razón. Las creencias religiosas deben quedar fuera de la intervención de los gobernantes, que se limitarán a garantizar la libertad de culto. Es contrario a las tradiciones o concepciones artificiales, surgidas en muchos casos por imposiciones injustas, sometiéndolas a la crítica de la razón y actuando en consecuencia.

La libertad es un valor esencial en el Estado liberal. La ley debe considerar y tratar a cada individuo como una persona racional, capaz de desarrollar libremente sus propias iniciativas. Libertad, según Stuart Mill, es el poder de moverse libremente, orientar la propia vida por cauces que plazcan a la propia voluntad, siempre que no perjudique a un tercero.

La igualdad es otro pilar esencial la ideología liberal. Este valor se manifiesta en distintas esferas, siendo el más esencial la igualdad de trato ante la ley. Todos los individuos, con independencia de su condición, sexo, raza o religión, son iguales ante la ley. Todo derecho lleva aparejado una obligación, de forma que deben estar todos, sin distinción, sujetos al cumplimiento de las leyes.


Postulados básicos del liberalismo:

- La libertad, como un derecho inviolable y que debe constituir una garantía frente a la intromisión del Estado en la vida de los individuos.
- El individualismo, que considera al individuo como ente primordial, como persona única y en ejercicio de su plena libertad, por encima de todo aspecto colectivo.
- Igualdad entre las personas. Es el principio que determina que para el liberalismo todos los ciudadanos son iguales ante la ley y ante el Estado.
- La soberanía nacional. Principio por la cual el poder reside en el pueblo y no en el monarca, tal y como sostenían los defensores del legitimismo monárquico amparados en el origen divino del poder.
- El derecho a la propiedad privada, como motor del desarrollo e iniciativa individual, y como derecho inalterable que debe ser salvaguardado y protegido por la ley.
- El control de la gestión pública, a través de la acción política de la oposición y la libertad de prensa y opinión. Crear mecanismos que impidan el ejercicio descontrolado y arbitrario del poder, separando la esfera pública de la privada para garantizar la libertad individual.
- La tolerancia religiosa en un Estado laico. La laicidad del Estado con total separación de cualquier culto o creencia, con total predominio de la razón sobre la fe. El Estado debe garantizar la libertad de pensamiento, de expresión y de culto.
- El establecimiento de un cuerpo legal, supeditado a los principios establecidos en la Constitución e instituciones basadas en la división de poderes: ejecutivo, legislativo y judicial. La discusión y solución de los problemas políticos deben sustanciarse por medio de los cauces legales representativos, asambleas y parlamentos.
- El derecho a la vida debe ser garantizado con la aplicación del cuerpo legal y de los medios coercitivos necesarios de que se dota el Estado, para hacer cumplir las normas y proteger al ciudadano de las agresiones que pueda sufrir. El derecho a la vida amenazado, o los ataques a su derecho a la propiedad privada, deben ser salvaguardados por el Estado como derechos inalienables del ciudadano.

Estos principios constituyen los pilares básicos del Estado Liberal en el que se han inspirado las constituciones de los Estados modernos. Su formulación, articulación, desarrollo y perfeccionamiento son uno de los logros más importantes en la historia del pensamiento del género humano. Otros principios que completan o precisan los anteriores figuran a continuación:

- Limitar al máximo el poder coactivo del Estado sobre los seres humanos y la sociedad civil para garantizar el disfrute de los derechos y libertades del ciudadano.
- Defensa de la economía de mercado, o de libre empresa, y de la libertad de comercio.
- Libre circulación de personas, capitales, bienes y servicios.
- Existencia de un sistema monetario con una autoridad independiente que impida su manipulación con intencionalidad partidista por parte del gobierno de turno.
- Establecimiento de un Estado de Derecho, en el que todos los ciudadanos, incluyendo aquellos que en cada momento formen parte del gobierno y demás instituciones públicas, estén sometidos al mismo sistema judicial y normas jurídicas, tanto de naturaleza civil como penal, y de general e igual aplicación para todos, administrando la justicia de forma imparcial.
- Limitación y control del gasto público, buscando el equilibrio presupuestario, y el mantenimiento de un nivel reducido de impuestos que estimulen la iniciativa privada.
- Utilización de procedimientos democráticos para elegir a los gobernantes, sin que la democracia se utilice, en ningún caso, como coartada para justificar la violación del Estado de Derecho ni la coacción a las minorías.
- Establecimiento, en suma, de un orden mundial basado en la paz y en el libre comercio voluntario, entre todas las naciones de la tierra.

Conclusión

Tengo la plena convicción de que un estado gobernado sobre principios liberales es el único que garantiza un mayor progreso social y económico para la población. Estimula al conjunto de ciudadanos a esforzarse y superarse, ofreciendo a los individuos una vía de realización personal y promoción social. Al propio tiempo favorece la motivación de otros muchos cuyas capacidades están desperdiciadas por falta de ambición profesional y personal. Este espíritu positivo y de superación da un mayor sentido y plenitud a la vida, a la par que sirve de ejemplo para a las nuevas generaciones. En definitiva, es una cuestión de valores. Si se cambiara la envidia generalizada respecto al que triunfa, por el deseo de emulación y superación personal, supondría un cambio revolucionario en la vida, tanto a nivel individual como de país. El ejemplo más claro que todos conocemos es el espíritu deportivo, donde la superación personal y la emulación de los campeones constituyen la meta de todo deportista y el único camino para escalar puestos en el ranking respectivo.

Hoy en día estamos concienciados con el equilibrio de los ecosistemas, sabiendo que la desaparición de una especie en la naturaleza supone un efecto dominó en otras, cuyas consecuencias son imprevisibles. La defensa y el equilibrio del ecosistema, así como la acción directa para limitar el calentamiento global, son objetivos asumidos por los Estados modernos, en beneficio del planeta y consiguientemente de todos nosotros y de las generaciones futuras. Ese mismo efecto se produce en el sistema social, aunque en sentido contrario. La intervención del Estado alterando u obstaculizando la libre iniciativa o el principio de la propiedad privada, suponen un ataque de consecuencias catastróficas para la sociedad a medio plazo. Esta es la razón básica por la que la intervención del Estado en la vida social y económica debe reducirse a la mínima expresión. Cada vez que se altera el normal curso de los acontecimientos, alterando la ley natural, se desencadenan consecuencias indeseadas que sobrepasan los beneficios pretendidos.

Conocido es el resultado, que supuso millones de muertes, de las decisiones de Mao Zedong en su política de Gran Salto Adelante, con el que pretendía convertir a China en una gran potencia mundial, supliendo la falta de tecnología con el empleo masivo de mano de obra. Una de sus políticas estrella era aumentar la producción agrícola, para lo cual se estableció un plan para acabar con las “cuatro plagas”: gorriones, ratas, moscas y mosquitos. Se exterminaron millones de gorriones con unas funestas consecuencias. Según palabras de Mao Zedong, «los gorriones son una de las peores plagas, son enemigos de la revolución, se comen nuestras cosechas, mátenlos. Ningún guerrero se retirará hasta erradicarlos, tenemos que perseverar con la tenacidad del revolucionario». Como consecuencia del exterminio de los gorriones sobrevinieron plagas de insectos que devoraron las cosechas, donde la langosta fue especialmente dañina, siendo el desencadenante de la Gran Hambruna China que duró tres años y que supuso la muerte de entre 15 y 45 millones de personas, según diferentes estimaciones.

La defensa de los servicios públicos como justificación para ofrecer a los ciudadanos unos mejores servicios es una falsedad demagógica. Lo único que defienden, quienes se manifiestan a su favor, son los privilegios de los empleados públicos, que para justificar su pobre rendimiento siempre argumentan que no tienen los recursos necesarios. Las dotaciones presupuestarias van aumentando año tras año, pero caen en un pozo sin fondo sin la contrapartida de la mejora de la eficiencia esperada. Sus reivindicaciones se centran en mayores sueldos y más empleados públicos y lugares de trabajo más modernos y confortables, pero nunca ponen el acento en los medios tecnológicos, organizativos y de control de rendimientos que aumenten la productividad. Al final, en sus reivindicaciones solo les mueve el principio del egoísmo individualista, que forma parte de la esencia natural de todo individuo. Este egoísmo, encauzado en la libre iniciativa que defiende el liberalismo, favorece al conjunto de la sociedad. Cuando, por el contrario, se protegen los privilegios de los colectivos de empleados públicos a costa de los recursos escasos que se le detraen a los entes realmente productivos, lo que se genera son parásitos sociales, escasamente productivos, ineficientes y con un alto coste, que redunda en un pobre servicio a la comunidad. Esta comunidad es engañada, con la colaboración de los medios de comunicación progres, diciendo que luchan por su bienestar, cuando realmente entorpecen su correcto funcionamiento, a costa de colmar su egoísmo individualista mal orientado.

La gestión pública de empresas o servicios, e incluso la propia Administración Pública, son ineficientes, derrochan recursos y dan ocupación en muchas ocasiones a funcionarios públicos sin condiciones para el puesto que desempeñan. Ejemplos evidentes del fracaso de la gestión pública de los recursos productivos son los pobres logros alcanzados en el nivel de vida de los ciudadanos de todo el bloque del este de Europa, lo que originó el desplome de las dictaduras del proletariado en esos estados socialistas y su transformación en economías de mercado. Los regímenes autoritarios socialistas, China por ejemplo, han tenido que asumir la economía de mercado y el capitalismo más salvaje, dejando a su población en la desprotección más vergonzante. Los casos de Cuba, Venezuela, y otros ensayos sudamericanos son bien conocidos por las condiciones de vida de su población, donde pocos trabajan y los que lo hacen están desincentivados, dando como resultado una pobreza generalizada, a pesar de la riqueza natural que tales países atesoran.

El individuo que no tiene un incentivo para superarse, simplemente no lo hace, por la aplicación de la ley del mínimo esfuerzo. Eliminar la promoción personal, o no premiar el fuerzo individual, es el ataque más frontal a la ley natural del egoísmo del individuo y su deseo de progresar y ascender en la escala social. El empleado desincentivado adapta su tiempo al mínimo resultado exigible. Aun pudiendo producir 100 piezas en una jornada de trabajo, si no se le exige en función de su capacidad, adaptará su tiempo para producir lo menor posible con apariencia de estar ocupado, por ejemplo 10 piezas. Si el servicio público que prestan no es satisfactorio y la sociedad protesta, la respuesta explicativa siempre es la misma: No hay suficientes recursos por insuficiencia presupuestaria, respaldado incluso por la intervención sindical, sin el menor asomo de sonrojo de los parásitos manifestantes.

Los trabajadores públicos aplican sistemáticamente el principio del mínimo esfuerzo porque tampoco tienen ningún incentivo para estimularse. Su naturaleza egoísta, derivada de la referida ley natural, les conduce a no trabajar más que el compañero, que sin ningún pudor sale de su puesto de trabajo para tomar café, almorzar, charlar con los compañeros, organizar su excursión de fin de semana, comentar los asuntos familiares, leer la prensa… Al final todos van a cobrar y ser valorados lo mismo. Si algún idealista se toma el trabajo como un cauce de realización personal, simplemente percibe el rechazo del grupo secundario que constituye su entorno de trabajo. Su única opción para sobrevivir es adaptarse al ritmo de la mayoría. Todo esto no sería posible si el jefe de sección fuera competente, y en la función de su cargo ejerciera la necesaria autoridad, pero prefiere cobrar el suplemento de su jefatura y no buscar conflictos con sus subordinados, que a su vez cubren sus ausencias del trabajo y otras corruptelas.

En definitiva, el sistema tiene una difícil solución porque se basa en un statu quo corrupto que ninguna opción política quiere cambiar, ni siquiera sacar a debate. La ciudadanía aguanta estoicamente la incompetencia de muchos funcionarios y deficiencias de servicios públicos esenciales, como son la sanidad o la educación, porque, ¿quién no tiene un familiar funcionario? El número de ciudadanos que viven de un sueldo público alcanza en España los tres millones y medio, sin incluir las empresas públicas y otros organismos que viven de subvenciones, colectivo de votantes que ningún partido se atreve a desafiar. Habría que terminar con el derecho de propiedad vitalicio de la plaza de funcionario y someterla a un análisis independiente, fundamentado en un estudio racional de cada puesto de trabajo y su rendimiento esperado.

La actitud negativa del empleado público expresada no pretende decir que sea generalizada, ni aplicable a todos los departamentos, aunque sí considero que el espíritu de lo expuesto es lo que prima en la administración pública. Cuando me refiero a la administración pública comprendo a todo aquel que cobra su sueldo de entidades públicas y que accedió a su puesto de trabajo por oposición o por simple contrato de interinidad. Este sistema es perverso, ya que una vez conseguida la plaza tiene el carácter de propiedad del que nadie le puede desposeer por escaso rendimiento o negligencia, salvo caso de delitos de extrema gravedad, que no puedan ser cubiertos por el consabido corporativismo y respaldo de la protección sindical. El empleado público considera que con el simple aprobado ya tiene el privilegio de cobrar un salario de por vida, que pagan el resto de contribuyentes, sin tener ninguna responsabilidad a cambio. Estos trabajadores no solo son parásitos del sistema en cuando consumidores de recursos públicos sin contribuir a su producción, sino que con su ineficiencia están entorpeciendo la actividad de los que sí producen y pagan los impuestos de los que ellos finalmente cobran su salario. El más simple e incompetente de los funcionarios se comporta como un auténtico autócrata frente al ciudadano que acude sumiso a cumplir las muchas, y a veces absurdas, exigencias de una burocracia trasnochada e ineficiente. Esto es aplicable al mundo de la enseñanza, la sanidad pública, justicia, y en general a la administración del Estado, las Comunidades Autónomas, y Ayuntamientos, además de un sin número de empresas públicas colonizadas por ex políticos o sus recomendados.

Testimonios

La siguiente fábula o relato explica de forma muy gráfica el egoísmo del comportamiento humano, las consecuencias de la mentalidad socialista y la ley del mínimo esfuerzo. Ha circulado por la red en su versión inglesa desde antes de 2008, habiendo sido traducida al español, donde también ha circulado desde hace ya algunos años. Según mis indagaciones en la red no responde a un caso real, aunque la Texas Tech University sí existe y tiene cierta notoriedad. Con independencia de si responde a un experimento real, o es una pura creación ideológica, su efecto didáctico es exactamente el mismo.

Cuentan que un reconocido profesor de economía de la universidad norteamericana de Texas Tech relató que él nunca había suspendido ninguno de sus estudiantes, pero que en una ocasión tuvo que suspender a un curso entero. Cuentan que esa clase le insistió que el comunismo sí funcionaba, que en ese sistema no existían ni pobres ni ricos, sino una total igualdad entre todos. El profesor propuso a sus alumnos hacer un experimento en clase sobre el socialismo: todas las notas iban a ser promediadas y a todos los estudiantes se les asignaría la misma nota, de forma que nadie sería suspendido y nadie sacaría un sobresaliente. Los alumnos aceptaron el reto.

Después del primer examen, las notas fueron promediadas y todos los estudiantes sacaron notable. Los estudiantes que se habían preparado muy bien estaban molestos y los estudiantes que estudiaron poco estaban contentos. Pero cuando prepararon el segundo examen, los estudiantes que estudiaron poco estudiaron aún menos, y los estudiantes que habían estudiado duro decidieron no trabajar tan duro ya que no iban a lograr obtener un sobresaliente, así que también estudiaron menos. ¡El promedio del segundo examen fue Suficiente!  Nadie estuvo contento. Los estudiosos, porque esperaban un notable, y los vagos porque creían merecer también un notable.

Cuando se llevó a cabo el tercer examen, toda la clase sacó insuficiente. Todos los alumnos fueron suspendidos. A partir de ahí las notas nunca mejoraron. Los estudiantes empezaron a pelearse entre sí, culpándose unos a otros por las malas notas, hasta llegar a insultos y resentimientos mutuos. Ninguno estaba dispuesto a estudiar para que se beneficiara otro que no lo hacía. Para asombro de toda la clase, todos perdieron el año cuando su intención original era que todos lo aprobasen.

Al final del curso el profesor les preguntó si ahora entendían la razón del gran fracaso del socialismo. Es sencillo. Simplemente se debe a que el ser humano solo está dispuesto a sacrificarse trabajando duro cuando la recompensa es atractiva y justifica el esfuerzo, pero cuando el gobierno quita ese incentivo, nadie va a hacer el sacrificio necesario para lograr la excelencia. Finalmente, el fracaso será general.

Reproduzco a continuación diversas citas que ilustran los principios del liberalismo y los peligros del socialismo, una pequeña muestra del cúmulo de ejemplos que se han expuesto a lo largo de más de un siglo y medio de existencia del socialismo.

Conocidas son también las citas de Adrian Rogers, un escritor y pastor americano:

- Todo lo que una persona recibe sin haber trabajado para obtenerlo, otra persona deberá haber trabajado para ello, pero sin recibirlo…
- El gobierno no puede entregar nada a alguien, si antes no se lo ha quitado a alguna otra persona.
- Cuando la mitad de las personas llegan a la conclusión de que ellas no tienen que trabajar porque la otra mitad está obligada a hacerse cargo de ellas, y cuando esta otra mitad se convence de que no vale la pena trabajar porque alguien les quitará lo que han logrado con su esfuerzo, eso es el fin de cualquier Nación.
- No se puede multiplicar la riqueza dividiéndola.

El socialismo en tres rasgos, según Alexis Tocqueville:

Alexis de Tocqueville, Igualdad social y libertad política. Una introducción a la obra de Tocqueville. «Discurso pronunciado en la Asamblea Nacional francesa durante la discusión del proyecto de Constitución (12 de septiembre de 1848)»

«Si no me equivoco, señorías, el primer rasgo característico de todos los sistemas que se denominan socialistas es una llamada enérgica, continua, inmoderada, a las pasiones materiales del hombre (señales de aprobación). [...]

»El segundo es un ataque a veces directo, a veces indirecto, pero siempre constante, a los fundamentos mismos de la propiedad individual. [...] lo que digo es que todos [los socialismos], por medios más o menos indirectos, si no la destruyen por completo, la transforman, la disminuyen, la entorpecen, la limitan y hacen de ella algo distinto de esa propiedad individual que conocemos y que se conoce desde que el mundo es mundo. (Señales muy vivas de asentimiento).

»El tercero y último rasgo, el que caracteriza sobre todo a mis ojos a los socialistas de todos los colores, de todas las escuelas, es una profunda desconfianza hacia la libertad, hacia la razón humana; es un profundo desprecio por el individuo, como simple hombre; lo que les caracteriza a todos es un intento continuo, variado, incesante, de mutilar, de acotar, de obstaculizar, la libertad humana de todas las maneras posibles; es la idea de que el Estado no debe ser tan sólo el director de la sociedad, sino también, por decirlo así, el dueño de cada hombre. ¿Qué digo?... Su dueño, su maestro, su preceptor, su pedagogo (¡Muy bien!); que por miedo a que desfallezca, debe colocarse sin cesar a su lado, por encima de él, a su alrededor, para guiarle, preservarle, mantenerle, retenerle; en una palabra, es la confiscación, como decía antes, en mayor o menor grado, de la libertad humana. (Nuevas señales de aprobación). Hasta tal punto que si, en definitiva, tuviese que encontrar una fórmula general para expresar lo que me parece el socialismo en su conjunto, diría que es una nueva forma de servidumbre. (Muy viva aprobación)»

Por otra parte, también Tocqueville es escéptico en cuanto a la democracia por el peligro de que la libertad política acabe en la posibilidad de engendrar despotismo en la sociedad democrática. Ante el dilema de la adecuación a la doble reivindicación de libertad e igualdad que impera en las sociedades modernas dice que: «las naciones hoy en día no saben hacer que en su seno las condiciones no sean iguales, pero depende de ellos que la igualdad lleve a la servidumbre o a la libertad, a las luces o a la barbarie, a la prosperidad o a la miseria».

William John Henry Boetcker (1873-1962) fue un reverendo americano, aunque nacido en Hamburgo (Alemania), líder religioso y influyente orador. Publicó un folleto en 1916, “The Ten Cannots”, “Los diez no puede”, en donde enfatiza sobre la libertad y responsabilidad del individuo sobre sí mismo. Este decálogo ha sido erróneamente atribuido a Abraham Lincoln, o incluso a Ronald Reagan, ya que éste último hizo referencia a su contenido en alguno de sus discursos.

Usted no puede crear prosperidad desalentando el ahorro.
Usted no puede fortalecer al débil debilitando al fuerte.
Usted no puede ayudar a los pequeños aplastando a los grandes.
Usted no puede ayudar al pobre destruyendo al rico.
Usted no puede elevar al asalariado derribando a quien paga el salario.
Usted no puede establecer una sólida seguridad sobre dinero recibido en préstamo.
Usted no puede promover la fraternidad entre los hombres incitando el odio de clases.
Usted no puede resolver sus problemas mientras gaste más de lo que gana.
Usted no puede formar el carácter y el valor de un hombre quitándole su iniciativa e independencia.
Usted no puede ayudar permanentemente a los hombres realizando por ellos lo que éstos pueden y deben hacer por sí mismos.

Boetcker también habló de "Los siete delitos nacionales", o en una traducción más libre, “Los siete pecados nacionales”. Son pecados en tanto en cuanto todo derecho lleva aparejada una obligación. En una democracia para defender los derechos y libertades el ciudadano tiene la obligación de interesarse e informarse de los problemas sociales y las propuestas de solución ofrecidas por las distintas opciones políticas, a través de diversas fuentes, dedicándoles el tiempo necesario y reflexionar sobre las mimas, a fin de formarse una opinión cabal y dar un sentido responsable a su voto. No puede haber una auténtica democracia sin una ciudadanía responsable y formada.

No pienso.
No sé.
No me importa.
Estoy demasiado ocupado.
Dejemos las cosas como están.
No tengo tiempo para leer ni indagar.
No me interesa.

Bernad Baruch (1870-1965), financiero y asesor presidencial estadounidense, dijo:
“El Estado es la gran ficción por la cual todo el mundo busca vivir a costa de todos los demás”
 

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